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El sueño de una huerta comunitaria en el corazón de El Alto

 Germinar la semilla, volver a plantar, darle color y vida a ese pedazo de tierra que tanto dolor y tristeza supo parir allá por 2010. Los vecinos de los barrios del sur resignificaron el patio en el que actualmente se encuentra el CAAT N°4, y llenaron de flores, plantaciones de verduras y frutas aquella esquina donde hubo una comisaría, un obrador y hasta un microbasural. El Taller de Huerta es un programa de la Dirección de Promoción Social Municipal, que busca generar herramientas teóricas y prácticas sociales para producir alimentos de manera comunitaria. Lo particular de la iniciativa es que aporta un hábito sumamente valioso para personas que viven en edificios o viviendas sin patios: mantener viva la filosofía del autocultivo aún en lugares poco propicios.


Ramiro Lincan, egresado de la Tecnicatura en Viveros de la Universidad Nacional de Río Negro, dirige la capacitación hace más de dos años. En diálogo con ANB, Lincan relató que el proceso de aprendizaje con el grupo, mayoritariamente conformado por mujeres adultas, es mutuo y sumamente enriquecedor.
“Lo que yo veo es que la mayoría tiene una trayectoria de vida de haber estado en lo rural o en lugares donde se cultivaba, como en la Línea Sur, o incluso en otros parajes de la zona durante su niñez. Y en este espacio, logran poner en práctica algo que ya tenían casi incorporado. Al mantener conformado un grupo estable de 8 mujeres, la iniciativa perdura con los años y se aprende mucho en el intercambio”, expresó.

Cada año, los diferentes CAATs de Bariloche pueden optar por poner en marcha diversos programas de acuerdo a la necesidad de los habitantes de los barrios comprendidos.

En el Taller de Huerta participan vecinas de los barrios Antu Hue, Peumayen, 169 Viviendas, Boris Furman, Martin M. Guemes, 144 Viviendas, Amancay, A. M. Elflein, 204 Viviendas, Levalle y barrio Ayelen.

De acuerdo a las estaciones del año, el grupo programa determinadas actividades en contacto con la tierra o de conocimiento técnico. Instancias prácticas como siembra, colección de semillas, cosechas, el trabajo del suelo y clases teóricas sobre los ciclos de los cultivos y las características de las especies.
“Pensar la huerta es un proceso colectivo. En otoño-invierno, por ejemplo, estudiamos y hacemos un balance de las plantaciones que mejor nos resultaron para proyectar la producción. En este espacio las vecinas se empoderan mucho, incluso, cuando viene alguien nuevo que se quiere sumar, saben explicar todo lo que se hace, incluir y orientar en base a lo trabajado”, sostuvo Lincan.
En el taller, todo lo que se cosecha se reparte. Mantienen la limpieza del predio diariamente y de manera comunitaria. De lo recolectado, el grupo acumula un 10% para conformar su propio banco de semillas y evitar recaer en alimentos cada vez más transgénicos.


“Volver a sentir el sabor del tomate”


En el edificio ubicado en Onelli y Mange, atienden la Comisaría de la Familia, el CAAT N° 7 y 4, la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia y Punto Digital, entre otros programas sociales provinciales y municipales. El Centro de Atención y Articulación Territorial N°4 mantuvo en pie el Taller anual de Huerta Comunitaria, originado por profesionales del INTA, en conjunto con los vecinos en el año 2015.

El grupo cuenta con un invernadero de 36 m2 y una parcela de tierra de 40 metros al aire libre, donde se guardan las composteras y criaderos de lombrices. En dos años de trabajo, cultivaron más de 200 plantas nativas, verduras, árboles frutales y la creación de su propio banco de semillas.

Hace 4 años, Adela, una vecina del barrio, se jubiló y automáticamente se incorporó al Taller de Huerta. Hoy es una de las referentes más comprometidas con el proyecto y el sueño de construir una huerta comunitaria para que los vecinos puedan comprar y sembrar sus propios alimentos. El objetivo máximo no es simple, ya que la baja presión de agua para riego, la composición de un suelo con gran cantidad de áridos, vidrios y el viento dificultan la labor en el terreno.
“Este taller para mí es un cable a tierra. Trabajar el suelo de un lugar donde antes era un obrador es todo un desafío, algo que no hice jamás en el paraje donde me crié de pequeña. Yo vivo en un departamento, donde allí tengo mis plantas de interior que, obviamente, las germinamos acá”, comentó Adela.

En diversas oportunidades, las integrantes del taller recibieron la visita de un contingente de estudiantes de la ESRN N°44, interesados en conocer el proceso de producción. A pesar de mantener la esperanza intacta de poder contagiar la cultura del autocultivo en los jóvenes, Adela reconoce que las nuevas generaciones tienen poca conexión con la tierra.
“Cuando recibimos a los chicos, les hicimos hacer plantines, germinar, mantener ese contacto con la tierra. El hecho de que puedan cosechar lo que sembraron es una satisfacción muy grande, y algunos se interesaron en la propuesta”, indicó.
“Por ejemplo, yo siempre le digo a mi hijo: volví a sentir el sabor del tomate. Uno va a la verdulería y compra un tomate y no tiene sabor; en la huerta redescubrimos los sabores de las verduras, sin productos químicos, eso hace la diferencia. Hay que enseñarle a la gente a volver a la tierra”, dijo en tono reflexivo.

“Yo me sumé porque me encanta la palabra producción”

Inés también se sumó al equipo de mujeres hace cuatro años. Ella cuenta que, gran parte de su vida desde que contrajo matrimonio, habitó en los departamentos del barrio, y que hace tiempo atrás, su fascinación por el mundo de las plantas la llevó a cursar el primer año de la Tecnicatura en Viveros.
En diálogo con ANB, la vecina puso en valor el espacio taller y su aporte para una vida sumamente saludable. “Los profes de la universidad y gente del INTA siempre nos dicen que busquemos lugares que sean del Estado para armar huertas. Hemos ido contactando con personas que supieron incentivarnos y donarnos materiales para el riego del invernadero y todo lo que necesita el proyecto. Yo tengo un patio pequeño lleno de plantines en mi departamento. En realidad, yo me acerqué al taller porque me gusta la palabra producción; es un término amplio, pero yo lo aplico siempre a los alimentos y es lo que me motiva a venir”, confesó Inés.
El Taller de Huerta que impulsa el CAAT N°4 reúne a un grupo fijo de mujeres que sostienen la continuidad del proyecto año a año. Sin embargo, remarcan que es fundamental la participación de la comunidad para “hacer fluir” este intercambio de cultivos, de semillas, para acercarse más a la meta de construir una huerta comunitaria que produzca todas sus frutas y verduras.

 


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