¿Por qué nos resistimos a SER ciudadanos?

¿Por qué nos resistimos a SER ciudadanos?

Cuando nació el concepto de ciudadanía éste tenía un claro objetivo de bienestar.

El ciudadano era aquel que participaba para mejorar – a través de consensos – la convivencia.

El término de ciudadano comenzó a surgir junto con la concepción de ciudades o polis. De allí que Aristóteles definiera a la politeia – política – como la discusión de asuntos públicos entre dos o más ciudadanos. El hecho de ser ciudadanos de un determinado lugar alimenta el sentido de pertenencia y fortalece la identidad, ingredientes sumamente importantes para todo ser humano, que a su vez retroalimentan al “ser ciudadano” y lo vuelven más interesado en su contexto social.

 

Casi 400 AC eran ciudadanos solo algunos hombres elegidos, mas de mil años después comenzó la lucha concreta por incluir a la mujer como ciudadana, hoy somos todos considerados ciudadanos desde el momento en que se registra nuestro nacimiento. Pero estamos lejos de asegurar que todos los ciudadanos gozan de los mismos derechos, recordemos que hace solo 66 años – en 1948 – se concretó la Declaración internacional de los Derechos Humanos, la cual además NO es vinculante para los Estados.

El concepto de ciudadano sigue siendo conflictivo. Y lo será por siempre.

 

Entendemos qué es ser ciudadano pero en la regulación de la ciudadanía – o más bien en la aplicación de esas regulaciones que hacen posible que exista un pacto social consensuado – es donde comienza el gran malestar. El consenso no es sencillo.

 

Cuando se comienza a ejercer el control y la regulación del “pacto social” es cuando el sentido de pertenencia y la identidad se van desfigurando. La historia nos muestra que así como alguna vez esos sentidos fueron buenos para contener al ser humano, otras veces fueron igualmente buenos para fragmentar sociedades e incluso justificar guerras.

 

Así, las reglas nunca estarán bien puestas y en este punto es donde la participación del ciudadano en democracia es sumamente importante como regulador. No solo a nivel de cada comunidad o país, sino también a nivel mundial.

 

Ser ciudadano combina dimensiones éticas y políticas que no se desarrollan solo por educación o imposición sino que requieren de la experiencia comunitaria (compleja y personal)

 

Kant argumenta en sus manifiestos que la comprensión de la libertad responsable (que considera inseparable de una autonomía moral elevada) es la base de la ciudadanía. La libertad responsable está totalmente ligada a la igualdad.

Lévinas se atreve a simplificar el término denso de ciudadanía declarando que “lo que nos transforma en ciudadanos es ser rehenes de los otros ciudadanos”.

 

Pero sin necesidad de ahondar en los grandes pensadores podemos concluir que ser ciudadanos es ser responsables de los otros. La pertenencia, la autonomía y el cuidado de sí mismo (cada uno de estos conceptos llevado a lo más profundo de su concepción) constituyen el carácter democrático de la ciudadanía.

 

En la actualidad

 

Hoy el término ciudadanía quizás esté algo desteñido dentro de cada uno de nosotros permitiendo que se limite a lo legal o que se use bajo los conceptos simples de pertenencia geográfica, o para clasificaciones de consumidores, tipos de clientes, porcentajes de población de ricos y de pobres, conjunto de votantes, grupos empresarios o gremios de empleados…

El ciudadano tiene Derechos y Obligaciones. Pero la distancia entre los Derechos reconocidos y su aplicación vacía, la distancia entre el discurso político y el hecho social tiran por tierra el concepto inicial del “ciudadano como buscador del bienestar comunitario”. Lo mismo sucede con la Democracia en su amplio concepto, casi nos hemos olvidado de las dimensiones de Democracia Participativa y Democracia Directa.

Hoy la Democracia parece ser tan solo representativa y ahí es donde el ciudadano es considerado un cliente más de las disputas partidarias.

 

¿Por qué?
 

¿Por qué aceptamos que unos decidan y otros se quejen?
 

¿Qué papel juega en la sociedad un ser humano cuando no asume su rol como ciudadano?
 

¿Qué separa en el día a día al ciudadano civil del ciudadano que consideramos “político”– si en definitiva somos todos iguales, somos todos ciudadanos y pertenecemos a la misma comunidad?

 

¿Sabemos lo que es DEMOCRACIA?
 

¿Estaremos convencidos de que deseamos vivir en democracia?

Cada ciudadano es un resultado histórico y en constante tensión.
Ser ciudadano es convivir. Es un rol que no se delega.
Quizás la ciudadanía tiene que ser repensada. Y eso comienza en cada uno.

El conjunto de todos estos conceptos (ciudadano, ser humano, sociedades, convivir) no hace más que dejar un rumor a caos, cambio constante, debate y conflicto que quizás debamos aceptar como natural para retomar el objetivo inicial: buscar el bien común.

Por Lic. Vanesa Vicente

Link: http://www.periodicodelbiencomun.com/bien-comun/por-que-nos-resistimos-ser-ciudadanos/

--- --- ---
Bibliografía consultada
“El malestar de la ciudadanía” de varios autores: C.A.Cullen, D.Berisso, M.A.Brenner, E.Carrizo Villar, A.Fazio, J.A.García, D.Gojzman, N.Graziano, A.Romano.
“La economía del bien común” de Christian Felber.
Artículos de autores varios (Kant, Rousseau, Foucault, Sartre, Habermas, otros)
 

Periódico del Bien Común

Tel: (0294) 154 - 299123