Periódico del Bien Común
¿Cómo vencer al capitalismo?
¿Cómo vencer al capitalismo?
El Capitalismo puede morir SOLO si lo abandonamos. A veces comprendemos que se necesita coraje para enfrentar un miedo por ejemplo, verlo cara a cara y darnos cuenta que era solo un fantasma. Otras veces sabemos que existe la tentación y que si nos acercamos a ella caeremos en el vicio, en estos casos se necesita voluntad para no caer. Es muy diferente enfrentar algo que ignorarlo, pero a veces el resultado es el mismo: tanto el fantasma como la tentación dejan de existir.
Es comprensible que cuando uno se enfrenta a un monstruo dispuesto a dominarnos la reacción mas pronta sea volverse para enfrentarse a él cara a cara y combatirlo denodadamente. Esto valdría para describir prácticamente todas las revoluciones y movimientos de liberación habidos hasta ahora, y hay situaciones en las que no se puede evitar actuar así. Pero este no es el modo en que vamos a proceder nosotros. No vamos a enfrentarnos al monstruo consumista-capitalista. Lo que vamos a hacer es, de hecho, ignorar a muerte al capitalismo.
Caerá solo.
¿Por qué?
Porque el capitalismo nos necesita.
El capitalismo no puede sobrevivir si la gente deja de comprar, consumir y tirar a un ritmo acelerado. Nuestro propósito es ir construyendo gradualmente las prácticas y sistemas alternativos que permitan a cada vez más gente salirse del mainstream, abandonar la sociedad de consumo, y asegurarse cada vez una parte mayor de sus necesidades materiales y sociales a partir de esos sistemas y fuentes alternativos que surjan de sus barrios y pueblos.
Esta revolución, no hay duda, trata de la muerte del capitalismo; no obstante puede ser una revolución de tipo pacífico y no-violento, por la cual se vayan desarrollando poco a poco dentro de los viejos sistemas otros nuevos sistemas locales, de pequeña escala y participativos que los reemplacen. A primera vista esto puede no parecer muy plausible, especialmente a la gente de la Izquierda Marxista, pero considerad lo siguiente:
Appfel-Marglin describe el amplio movimiento campesino de los Andes como un fenómeno de origen popular no-confrontativo de (re)creación directa de alternativas. Existe “…una retirada del sistema dominante acompañada de la creación de alternativas al mismo, más que un reto directo” (1998, p. 39). Estos grupos no buscan el reconocimiento de su territorio por parte del estado; eso sería reconocer que el estado tiene autoridad. Él comenta que se consideran a sí mismos anticiudadanos, pero no no-ciudadanos. En el web Relocalize (2009) se puede leer, “A medida que el sistema industrial gira hacia la exclusión… la gente en la base no se está rebelando para tomar el poder en manos de la élite, sino rebelándose para tomar el poder sobre sus propias vidas”.
Los Zapatistas en México parecen darnos un ejemplo paradigmático. No surgen para derrotar al estado mexicano, toman el poder para después construir una nueva sociedad. Simplemente están construyendo su propia sociedad, aunque de vez en cuando tengan que luchar para defender lo construido. Esta es la manera en la que llegaremos al Simpler Way: simplemente empezando a crearlo de las maneras que tengamos a nuestro alcance, aquí y ahora en el lugar donde vivamos cada uno/a. Vandana Shiva y Maria Mies indican que hay posiblemente miles de pueblos en Asia y Latinoamérica tomando un camino muy parecido.
Korten mantiene abierta la esperanza de que podamos “matar al capitalismo de hambre” (1999, p.262). Rude dice: “El objetivo ya no es derrocar al capitalismo mundial en una revolución anticapitalista como en el modelo marxista tradicional, sino más bien dejar el capitalismo atrás mediante la lenta creación de una nueva cultura y economía pos-capitalistas que lo sustituyan…” (1998, p.53). Quinn afirma: “Derrotar a la jerarquía es inútil; lo que queremos es simplemente dejarla atrás” (1999, p.65). Buckminister Fuller lo explica de esta manera: “Nunca puedes cambiar las cosas luchando contra la realidad existente. Para cambiar algo, construye un nuevo modelo que deje obsoleto el modelo existente” (citado por Quinn, 1999, p.137).
Por supuesto, la contestación típica de los marxistas en estos casos es decirte que debes luchar contra el monstruo porque si empiezas a suponerle una amenaza significativa te machacará. Ah, pero en la era de la escasez que se avecina, ¿será capaz de hacerlo? Acabamos de entrar en una era en la cual las fuerzas que socavan la legitimidad de la sociedad consumista-capitalista están ganando fuerza. La legitimidad se alimenta de la comodidad y de la complacencia.
La sociedad capitalista y de consumo está a salvo sólo mientras mantenga las estanterías de los supermercados repletas y mantenga la falta de cohesión, el desempleo y la injusticia a niveles fáciles de ignorar. Pero la escasez va a hacer pedazos todo eso. Ya ha comenzado a sentirse el creciente temblor en los más acomodados países a causa del fracaso del sistema para proporcionar una calidad de vida y una cohesión, y a causa también de la obscena desigualdad.
La crisis financiera que comenzó en 2008 ha sido un puñetazo para la supuesta infalibilidad del libre mercado para corregirse. Aunque estos efectos no serán nada comparados con lo que nos viene encima. Sólo hay que esperar hasta que choquemos con la Punta de 2030: la coincidencia de enormes e irresolubles desabastecimientos de petróleo, agua, alimentos, tierra, fósforo y varios minerales básicos… acompañada de una población en aumento, los efectos del cambio climático y una acelerada descomposición social.
Seguramente antes de 20 años veremos colapsos en los sistemas que permiten mantener llenas las baldas de los supermercados. Esta múltiple catástrofe mundial eliminará la capacidad de los superricos para manejar las cosas, y por supuesto la de manejarlas en beneficio de sus propios intereses. El sistema no tendrá capacidad para afrontar estos sucesos. Por tanto no estará en posición de evitar que la gente vote con sus actos. No puede manejar grandes gobiernos, fuerzas policiales secretas o ejércitos sin grandes cantidades de petróleo. No puede tener vigilados e intervenir en cada población y barrio para impedir que plantemos zanahorias y organicemos nuestras cooperativas.
Nunca antes habrán tenido los revolucionarios una oportunidad semejante, tal vacío que ocupar. Durante los 200 años previos los revolucionarios se han alzado contra sistemas industriales, burocráticos y militares que cada vez eran más poderosos y capaces de volver las armas contra los disidentes. Pero nuestro enemigo va a tener una gran dificultad para encontrar los recursos con los que organizar absolutamente cualquier cosa y se tendrá que enfrentar a un enemigo que está en todas partes, con una enorme capacidad de hacer a nivel local lo que quiera e ignorar a las perplejas élites y autoridades.
Por lo tanto el tiempo está en gran medida de nuestro lado.
Antes de que trascurra mucho tiempo las circunstancias empujarán a la gente a darse cuenta de golpe de que la sociedad consumista-capitalista no va a proporcionarles lo que necesitan. Nuestra tarea crucial es conseguir montar los sistemas alternativos y llevarlos lo suficientemente bien en el tiempo que nos queda, de tal modo que la gente pueda ver que hay estupendas alternativas, y se acerque para unirse a nosotros.
Lo preocupante es que las crisis de la sociedad consumista-capitalista que se avecinan se produzcan demasiado rápido y sean demasiado graves como para permitir una transición más o menos ordenada. Si los colapsos son demasiado bruscos no podremos lograr a tiempo que el Simpler Way vaya lo bastante bien, y nuestra situación podría caer rápidamente a las condiciones caóticas que viven hoy día algunas regiones del África Central. Los que estamos en el movimiento alternativo debemos en consecuencia laborar todo lo intensamente que podamos para conseguir tener la alternativa lista y funcionando para que pueda ser vista como un bote salvavidas.
Volvamos atrás por un momento y consideremos este asunto desde una perspectiva más filosófica e histórica. Algunas veces suceden cambios profundamente radicales sin necesidad de un conflicto abierto. A veces es más bien como un desvanecimiento de un otrora dominante paradigma, que es reemplazado por uno nuevo que se convierte en popular. Esto es de hecho la norma a nivel de grandes cambios en el paradigma científico (como explican Kuhn y Baker, 2006), y en muchos ámbitos culturales como las artes, la música popular, las costumbres, el estilo y la moda. Una visión o teoría concreta es la dominante durante un tiempo, pero entonces la gente pierde más o menos el interés en ella y se traslada a otra. En la ciencia es raro -si alguna vez ocurre- que un paradigma dominante se abandone porque se demuestre que está equivocado. No va a ocurrir que la corriente psicoanalítica en psicología vaya a ser desbancada o derrotada por la conductista porque esta demuestre que es superior, o al revés. Lo que sucederá, si es que pasa, es que a lo largo del tiempo la mayor parte de los psicólogos acabarán prefiriendo la una o la otra, o una tercera posición. Si una resulta ganadora al final no será como resultado de un proceso que podríamos denominar de lucha abierta por el cual una derrote estrepitosamente a la otra: será en realidad como el progresivo cambio de fase de la Luna.
Algunos de los más grandes cambios revolucionarios que se produjeron en el siglo XX parece que sucedieron de este modo, especialmente los colapsos de la Unión Soviética, del régimen del Apartheid en Sudáfrica y la caída del Muro de Berlín. Todos ellos aparentemente se caracterizaron no por enfrentamientos frontales, cara-a-cara y violentos en los cuales uno de los bandos fue barrido del campo de batalla por el otro, sino más bien fue la gente, votando con sus actos, dejando de apoyarlos, tras largos periodos de un creciente desencanto y creciente consciencia de lo apetecible que eran otras vías. Estos cambios revolucionarios parecen mejor descritos como colapsos debidos a crecientes fallos internos de funcionamiento o por un absoluto desencanto, más que como derrotas en combate mortal con fuerzas opositoras más poderosas. Al final los vastos poderes militares, burocráticos y económicos de los establishments al mando no sirvieron de nada ante la retirada de apoyo, ante la pérdida de legitimidad.
Pensad en cómo se produjo la liberación con respecto a la más poderosa monarquía imperial que ha visto nunca el mundo, una que controló la mayor parte del globo tras luchar en unas setenta guerras para establecer su imperio. ¿Se podría derrotar a tal monstruo brutal y liberarse de él sin una confrontación cataclísmica? Bien, eso fue lo que hicimos con el Imperio Británico. Y si esperamos sólo un poco más veremos a la familia real británica desvanecerse hasta convertirse en poco más que un elemento menor de la industria del entretenimiento. Habrá desaparecido simplemente porque el público en general habrá dejado de fijarse en ellos. Hace sesenta años Gran Bretaña y sus Dominios lucharon en la II Guerra Mundial para defender el Imperio Británico. Australia dio por sentado que aquello era de enorme importancia (Freudenberg, 2008). Pero ahora sólo podemos encontrar el Imperio Británico en los libros de historia y prácticamente no hay persona alguna que tenga el más mínimo interés en él, y mucho menos en defenderlo.
Extracto del libro de Ted Trainer “The Transition to a Sustainable and Just World” (2010)
Ecoportal.net
Foto: Coqui Mackey
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