Opinión / Correo de lectores
Como nos ven!! Diario de un estudiante de medicina español- Por Doris Martel
Como nos ven!! Diario de un estudiante de medicina español- Por Doris Martel
Hola. les escribo porque me llegó por casualidad el diario de un estudiante de medicina español llamado Robero Sanchez quien fue a Bariloche a realizar una pasantía por un mes.
Luego me enteré que la revista Viva del diario Clarín se lo iba a publicar.
Si bien respetaron bastante el diario original, le quitaron algunas cosas.
Me pareció interesante que ustedes lo conozcan, aunque por ahí ya llegó a sus manos.
Para mi fue realmente conmovedor así que les paso el link por si les interesa publicarlo.
http://www.losviajeros.com/Blogs.php?b=4251
Saludos cordiales
Doris Martel
Carhue
Provincia Buenos Aires
LEGÍTIMO FIBROCEMENTO
(UNA HISTORIA DE MEDICINA Y MEDIA DE AMOR EN SAN CARLOS DE BARILOCHE, ARGENTINA)
“Encontraré un camino; o si no, me lo haré” – Aníbal -
“Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver” - Joaquín Sabina -
“De Buenos Aires a Madrid” - Carlos Chaouen – (ver en You Tube)
“Relocos y recuerdos” - Luis Ramiro - (ver en You Tube)
A veces en la vida pasa como en las películas. A veces, no hay tardes para pensar en la vida. Ni en si somos en realidad felices, lo cual es un alivio, porque la duda constante resulta terriblemente agotadora. Hay veces que vuelve la sensación de cuando llega la primavera y la gente, después del letargo, se echa a las calles, a las terrazas de Madrid y Palermo, a los parques, a beber tintos de primavera y comer rollitos de verano. A veces te das cuenta de que no anochece a las cinco de la tarde y sientes algo parecido al enamoramiento. A veces te das cuenta de que ya no eres estudiante y sientes algo parecido al desamparo. A veces la vida fluye. Hay ocasiones en que ves una mariposa volante en vez de una mosca y te das cuenta de que tienes un desprendimiento de rutina. A veces, la vida te enseña que la alegría debe de ser muy parecida a la felicidad.
Conocí en Buitrago de Lozoya (Sierra de Madrid), donde aún sobrevive el último maquis de la Medicina, con Juan Gérvas a la cabeza, a una médico argentina que me dio un contacto para ir a Bariloche uno de mis cuatro meses de rotaciones optativas, correspondientes a mi tercer año de deformación en Atención Primaria. Ese mes hubiera podido quedarme a la sombra de cualquier especialista sombrío y gris en cualquier consulta de Madrid rellenando volantes y firmando recetas (a eso no nos gana a los de Primaria ni dios), aprovechando cualquier arrenuncio para ver llover por la ventana, para cotillear las portadas de los libros de los pacientes y los escotes o para esperar esa casualidad en forma de trallazo exacto de confeti, que mande todo a tomar por culo de una vez. Si no fuera por la esperanza de encontrar la salida de emergencia del tedio o una fisura a las 12 de la realidad, la mayoría de los días no me levantaría de la cama.
La vida es lo que nosotros queremos que sea.
Hasta aquel entonces, la única ocasión en la que había oído la palabra Bariloche, fue una vez que estuve en una discoteca de Plasencia con ese nombre y en la que acabé borracho perdido coreando las canciones de Extremoduro. Yo quiero ser el Robe Iniesta de la Medicina.
1. EN CÓMODAS CUOTAS
San Carlos de Bariloche es una ciudad de la provincia de Río Negro, sita en la Patagonia s/n. Bariloche, como familiarmente también se la conoce, tiene unos 130.000 habitantes. Es una ciudad trampa, como tantas. El que vaya de turista conocerá las tres calles principales, adyacentes al bonito lago y los montes, con lujosas tiendas de ropa, con las firmas más caras de artículos para la montaña, con restaurantes, discotecas, chocolaterías, agencias de viajes, algún parque, la bonita plaza mayor, alguna iglesia. Todo preparado para satisfacer a los turistas de fuera del país y a las clases más altas de dentro, sobre todo en el invierno, cuando la ciudad se convierte en un importante centro de esquí. Joder, no sé qué tipo de complejo es el que me sale, yo creo que es el complejo de pobre, pero mira que le tengo ojeriza a la gente que esquía.
Es una ciudad trampa, como tantas. Como casi todas las ciudades grandes. Como tantos sitios en el mundo que parecen lo que no son. Una de las mayores mentiras del mundo es el turismo. Los turistas, en nuestro afán por satisfacer las ideas preconcebidas que tenemos sobre el lugar al que queremos ir, nos tragamos lo que sea y nos vamos creyendo que sabemos algo del lugar y, más gravemente, de la gente que vive en los lugares que hemos visitado.
En Bariloche, como en tantos sitios, los turistas y los locales se dan la espalda. Como en tantos sitios, y sobre todo como en los países pobres, los lugares son diferentes para los turistas y los locales: los bares, los parques, los restaurantes, las tiendas, los supermercados, las calles, el aire, la soledad, la resaca... Me he pasado la vida en sitios en los que la gente se da la espalda, en mi Salamanca natal los viejos y los estudiantes, en Madrid los madrileños y los de fuera, los españoles y los de fuera... No darse la espalda no es sólo no agredirse, sino que es conocerse y convivir, mezclarse.
Una cosa es la imagen que tiene un turista que pasa tres días en un sitio y otra alcanzar a intuir los mecanismos íntimos en los que se articula la ciudad. Cuando yo llegué a Bariloche, mi deseo era ver cómo funcionaban los engranajes, esos hilos que unen a la gente y sus sentimientos y que son de finos como los hilos con los que nos manejan. “Lo esencial es invisible a los ojos".
Quería conocer el ciclo de Krebs de la ciudad, las mitocondrias de sus habitantes, el aparato de Golgi de los lunes, la oxidorreducción de las relaciones, la entropía de la lluvia, los equilibrios inestables entre turistas y locales, los teoremas de los comportamientos. Todo, a través del prisma deformante de la Sanidad. Todo a través del prisma deformante de la Atención Primaria. Porque, amigos, el lugar de la vida que más se parece a la vida es la Atención Primaria.
2. UNA HISTORIA DE MEDICINA
Bariloche, en contra de lo que pudiera pensar la mayoría de la gente que la ha visitado, es una ciudad pobre. Pobre como una rata. Los mecanismos de la mentira tienen estas cosas, que crean divergencias entre las percepciones. Probablemente alguien que haya visitado el norte de Argentina o Bolivia pueda decirme que no sé qué es la pobreza.
Estuve en febrero de 2010 en un centro de salud (salita en argentino) de dos barrios periféricos de la ciudad, a 15 minutos en bus del centro. La salita tenía dos consultas médicas, una consulta de enfermería, el mostrador de administración y una cocina. En cuanto al personal: dos médicos, una enfermera, una señora de la limpieza y dos agentes sanitarios eran fijos. Mientras que un pediatra que no cobraba, una psicóloga, una asistente social y una operadora de salud mental era el personal que iba una vez por semana.
Los agentes sanitarios son una figura importante en la sanidad pública argentina. Se encargan de patearse el barrio, del contacto cuerpo a cuerpo con la gente, van a los domicilios a evaluar las necesidades del personal, vigilan que ninguna embarazada ni ningún niño en riesgo deje de ir a los controles. Se encargan de que el centro de salud esté surtido de los medicamentos que se entregan a la población. Si alguna vez hay que acompañar a algún abuelete que está solo a la consulta del hospital, son ellos los que van. Sus estudios no son universitarios, sino que cursan una especie de módulo de formación profesional y su peso específico es notable dentro del funcionamiento del sistema.
En Argentina, hay sistema público y privado. Todos los trabajadores por el hecho de pertenecer a la empresa tienen lo que llaman “Obra Social”, que son distintos seguros que los proveen de los servicios sanitarios. En casi todos los casos, el seguro se extiende a la familia del asegurado. La mayoría de la población trabaja o es familia de un trabajador, así que la cobertura de la pública es mucho menor que en España. A la medicina pública va la gente con menos recursos y los ancianos.
El modelo condiciona algunas peculiaridades. Por un lado, en la privada, la gente padece la terrible enfermedad de la especialitis. La figura del médico general no tiene cabida. Es un fenómeno de sobra conocido. Allí, que todo el mundo es muy listo, sabe a qué médico debe acudir ante cada síntoma y qué prueba es la que le tienen que hacer, que para eso pagan y está incluido en el precio. Se llevan mucho los chequeos rutinarios anuales y los recursos sanitarios son un bien de consumo más. Paradójicamente, no es sólo que esta opción no provea de mayor salud a sus clientes, si no que les lleva a la temible cascada diagnóstica y terapéutica. Para muestra un botón. Una familiar de una paciente, 35 años, con un dolor torácico inespecífico clínicamente desde hacía dos semanas, que si tenía alguna causa, ésta era muscular o ansiosa. Le tomaron alguna vez la tensión arterial y tenía 150/90. Le prescribieron un antihipertensivo, le hacían un ecocardiograma anual para controlar un soplo funcional, sin que éste condicionara patología, Holter anual, y la madre del cordero, le iban a hacer una ventriculografía isotópica. Joder, mi opinión era que la tía estaba sana y que no había que hacerle absolutamente nada, que se estaba inventando la patología porque era una cartillera. Una de esas que van exhibiendo su cartilla, una de “yo pago”; y el médico que estaba delante accedía a lo que la tía le decía, suponía yo que porque cobraba por acto médico y por los cheques de las pruebas. Un día se lo dejé caer y me montó un expolio de la virgen. Es lo de: te hago una resonancia de las rodillas para verte la artrosis, te hago ecografías del tiroides todos los años por unos nódulos que no te crecen desde la época de Alfonsín...
En fin, por otro lado está la pública, que recoge a todos los abueletes y, en general, a la gente sin recursos. La gente con Obra Social puede elegir atenderse en la pública o en la privada en teoría, pero la pública está tan saturada, que se suele remitir a los pacientes a su Obra Social. Los recursos son escasos y se intentaba dividir por los menos posibles.
Lo que pude observar es que en los barrios que nos correspondían, la pirámide de la población estaba invertida con respecto a la de España. Muchos niños, mucha gente entre los 20 y los 40 años, muy pocos viejetes.
Esto y algunas peculiaridades culturales y sociales iban a condicionar la patología que se veía. La protagonista de la película era el embarazo adolescente. Viví atormentado al principio indagando las causas del problema. El acceso a los anticonceptivos es espectacular. De 10. Bárbaro. Había varias opciones. Preservativos gratis, poco éxito por la mentalidad machista. Pastillas, que se las daban gratis cada mes en el centro; inyectables, se los pinchaban cada mes (mucha aceptación, en comparación con España), y DIUs, que colocaban los médicos generales en la consulta. Iba con la ilusión de adquirir esta competencia porque sería bonito y deseable que un médico de familia supiera colocar un DIU. No me dejaron intentarlo, pero me pareció muy sencillo. A la vuelta, rotando en Ginecología me querían convencer de que es una temeridad que el médico de familia los ponga, por el peligro de perforación, porque se podía complicar todo. No está indicado, me decían. No sé quién es el que indica. No entiendo nada.
Me pareció gracioso que no me dejaran aprender a colocarlo. En Bariloche, tuve la oportunidad de hacer varias excursiones por la montaña. Alguna gente con la que conversé en ellas, me contaba alguna caída con luxación de hombro incluida. Yo siempre pensaba que no había metido un hombro en mi vida, joder, que es una vergüenza. En nuestro hospital los adjuntos no dejan a los residentes de trauma enseñarnos porque dicen que nosotros no vamos a hacer eso y por si hay algún problema legal. No me jodáis. Que vaya de excursión, que la gente sepa que soy médico, que a un pelao se le salga el hombro y que no sepa metérselo es para echarse a llorar.
Bueno, pues resulta que el acceso a los anticonceptivos es total. Me contaron que en el centro hicieron un estudio acerca de las causas del embarazo adolescente. Éste mostraba que la información que se daba a los chavales era muy buena, todos sabían de qué iba el tema. Una de las cosas más interesantes que he aprendido en Bariloche es el por qué estas chicas tenían hijos tan jóvenes. Resulta que muchas chavalas se quedan embarazadas con pleno conocimiento de causa, porque su rol en la sociedad es ser madres, por la falta de perspectivas, por la falta de planes, por la pobreza, paradójicamente. Por las ayudas que da el Estado, que en el fondo son pocas pero que a ellas les parecen muchas. ¿Qué iban a hacer si no? Sin estudios, hijas a su vez de madres jóvenes. Muchas habían criado a sus hermanos casi como una madre más. Muchas chicas no usaban métodos anticonceptivos en sus relaciones porque sabían que un día podía llegar la noticia del embarazo, algo molesta pero en absoluto un drama y que la gente les cedería su asiento en el bus, que serían alguien en la sociedad. Serían madres.
Aunque a nosotros nos parezca raro, ese es el rol más bonito al que puede aspirar la mujer en ese medio. El resto, es el machismo omnipresente en la sociedad y las costumbres, el marido que se va de putas, el alcoholismo, la violencia familiar, el abuso sexual a los menores por parte de integrantes de la unidad familiar, es lo que les espera...
En la salita me decían que muchos de los chicos y chicas de los barrios que atendíamos no conocían el centro de la ciudad. Increíble.
Cuando íbamos a los domicilios, no podía creer en lo que la vida había convertido a las mujeres. Parecían espectros andantes. Chicas de 20 años sin dientes, con aspecto de tener 50, con dos hijos ya, viviendo en unas casas hechas de lata y maderas, con la cocina de gas y los 4 fogones encendidos a modo de calefacción.
Una vez me pasó una cosa que me tuvo un par de días sin levantar cabeza. Estaba en el súper y se me acerca una tía que no conocía de nada y me cuenta que está embarazada, que no lo quiere tener y que si yo sabía que qué podía hacer. Enseguida me dijo que era paciente de la salita y que me conocía de verme por allí. Me sentí mal porque una tía que no te conoce de nada y te aborda así tiene que estar muy desesperada y asustada. Me jodió bastante no poder hacer nada por ella, por desconocer los mecanismos y las leyes del país. Lo que sí sabía bien, era que si ella fuera una turista de las que vienen a Bariloche a esquiar, no tendría problema alguno para pagarse un aborto en una clínica, o si viviera en un país como España, que ha dotado a las mujeres de ese derecho, tampoco. Lo comenté en la salita y me dijeron que si seguía con la idea de no tenerlo seguramente haría cualquier maniobra que pusiera en peligro su vida. Los médicos se debatían entre la culpabilidad por los embarazos no deseados de sus pacientes y la descarga de saber que no podían ir a casa de los demás a ponerles el preservativo. Que más de la información y las facilidades que se daban no se podía.
La circunstancia del embarazo adolescente era la que condicionaba la mayoría de toda la “patología” que veíamos: control del embarazo normal, revisión del niño sano, ginecología, realización de citologías.
La existencia de múltiples planes gubernamentales que subvencionan a ciertos colectivos no hacía sino cargar aún más de trabajo burocrático a la sanidad. Estaba el plan NACER, bajo el cual se daba un dinero a los padres por el niño y se les aseguraba la provisión de la leche artificial. Conclusión, había ochocientas mil revisiones del niño sano, una por mes hasta los dos años, en las que se entregaba la leche gratis. La gente venía a por la leche, con lo que tú venga a explorar ahí como un cosaco, haciendo una labor inútil. Apuntando todo en no sé cuántos cuadernos, pasando datos luego a las listas para el Gobierno. Otro, el PEÑI, para los niños de bajo peso, porque les daban una bolsa de comida.
Los argentinos (sobre todo los que no son peronistas) odian con toda su alma las subvenciones del Estado porque dicen que la gente al final prefiere recibirlas que trabajar. Que han armado una generación de vagos. Es un concepto muy arraigado desde la época de Evita, que daba peces, pero no enseñaba a pescar. En cuanto tienen oportunidad desprecian la tutela del Estado y ven la iniciativa propia como un valor absoluto. Suele pasar que los ciudadanos que han estado bajo la tutela de gobiernos intervencionistas, como en otro plano los comunistas, luego son los más liberales porque se pasan absolutamente al otro extremo y desprecian cualquier tipo de protección estatal. No podían entender que en España, las becas han permitido que los hijos de los pobres estudien una carrera universitaria.
Otro plan que me irritaba mucho era el REMEDIAR. Cuando se recetaba un fármaco había varias opciones: una, que hubiera en el centro muestras gratuitas (recordad: nada que den los laboratorios es gratuito); otra, que el paciente fuera a buscarlo sin pagar a la farmacia del hospital con un papel, otra, que lo comprara en la farmacia (a lo mejor les recetábamos algo y les decían: compra las pastillas que te alcancen con el dinero que tienes) y otra era proporcionarles el fármaco con el plan REMEDIAR, bajo un formulario interminable que casi siempre rellenaba el abajo firmante. Cuando llegaba la caja para reponer los medicamentos (remedios en argentino), el abajo firmante también comprobó alguna vez uno por uno que los que venían estuvieran apuntados en la lista. Si algún día queréis pasar revista a los productos caducados de la nevera podéis llamarme, que lo hago rápido, después de haber chequeado uno por uno todos fármacos del puto armario.
Allí, entre el personal, no hay tanta jerarquía como aquí. Tal vez porque trabajan por el bien común y por el buen funcionamiento del negocio y no sólo por el sueldo como acá. Ganan más en la privada que en la pública, así que, en general, hay un compromiso social importante. Me sorprendió ver cómo había organizaciones sociales en el barrio cuya misión era supervisar y atender las necesidades de sus habitantes. Tenían reuniones periódicas para realizar acciones conjuntas.
En el mes que yo anduve por allí andaban preparando un censo de habitantes para poder sistematizar el trabajo que tenían para con la población. Pude asistir a alguna de esas reuniones. Duraban unos 40 minutos en los que te podías tomar tranquilamente 13 mates seguidos y luego abrían una ronda que duraba alrededor de una hora y cuarto para que uno por uno fuéramos explicando cómo nos habíamos sentido durante la reunión y si nuestras expectativas durante la misma se habían cumplido. Te partes con los argentinos.
La salita, el sistema sanitario, trabajaba con los demás en el barrio: con la escuela, con los del ayuntamiento, con el cura, con la justicia. Hay otro tipo de unión entre los profesionales en beneficio de la población.
Otro día me llevaron a una actividad con los profesores de la escuela. Se trataba de un taller sobre los límites que se debían poner a los niños en la educación del día a día. Nunca olvidaré el siete que tenia uno de los profesores en el jersey, chacho. Era increíble cómo filosofaban sobre el tema y con qué pasión se entregaron a los juegos.
El yugo de la falta de recursos era patente en cada instante. Nunca se utilizaba un folio en blanco, siempre papel que por el otro lado tenía otra cosa, el cual reutilizaban. En el hospital, para coger una muestra de orina, se le daba al paciente un bote de mermelada vacía que luego lavaban y reutilizaban. En los hospitales pediátricos, se utilizaban yogures vacíos. Si cogías más de un papel para secarte las manos te miraban mal. Los espéculos para las citologías se esterilizaban y reutilizaban, se envolvían en un papel parecido al del periódico. En el centro no tenían teléfono, mucho menos Internet. Si había que hacer alguna llamada se debía hacer desde el teléfono de cada uno. Si olvidabas o perdías el bolígrafo, estabas perdido, porque era un artículo de lujo. Se estiraban hasta más no poder. Como los termómetros, que nadie tenía en su casa. Las historias clínicas eran un desastre, con folios que se iban superponiendo grapados. Los pacientes con alguna patología aguda se veían por la mañana los primeros sin historia. Nunca quedaba registrado el episodio.
En medio de estas estrecheces se daban gestos hermosos. A las abuelitas que iban a sacarse sangre en ayunas se les invitaba a pasar a la cocina y se les daba algo caliente con unas galletitas. Todos los días se preparaba entre todos el almuerzo y a media mañana parábamos media hora, pero en vez de tomar algo rápido o ir al bar como en España, cocinaban algo elaborado como un hojaldre relleno, pasta, pizza ... Me tocó hacer algún día, cómo no, la clásica tortilla de patatas.
Menos un médico, eran todo mujeres y les hacía mucha gracia que les dijera que pensaba que en Argentina estaban todo el día dándole que te pego, que a las parejas se les rompía el preservativo y les preguntabas que a qué hora y te decían que a las 10 de la mañana, o le advertías a una mujer con candidiasis que no podía mantener relaciones en 6 días y te decía que nanai.
Los hombres realmente ni aparecían por la consulta. Cuando venían lo hacían por alguna causa de fuerza mayor, tristemente casi siempre asociada a alguna agresión, herida de arma blanca, accidente en el que el alcohol tenía algo que ver. Además, acostumbraban a venir dos días o así después, cuando ya no se podía hacer nada.
El control de los crónicos era deficiente. Ni un EPOC que vi, oye, ni un diabético con insulina, algún asmático solamente. Ni una FA, ni un paciente anticoagulado, ni un valvulópata. Ni un dolor de hombro. No vi a un sólo paciente con cáncer en todo el mes. No entendía nada. Quizá es que esos pacientes de mayor complejidad eran vistos en el hospital o en la Obra Social. Me llamó la atención que la Atención Primaria allí, se orienta mucho a la prevención. En cuanto el paciente se salía de ese esquema, el médico derivaba rápido. Sabían mucho (sinceramente más de lo que yo me imaginé) de lo que manejaban con más asiduidad: de tocogine, de pediatría... Mostraban interés en los temas de Salud Pública, tenían ganas de hacer otro tipo de actividades, como educación sanitaria en los colegios.
La patología estrella entre la clase media era la hipertensión. Todo cristo en ese país está preocupado por su presión o tiene una opinión acerca de ella. Todo el mundo sabe si la tiene baja, alta... Si te pasa algo, la primera cosa a la que se lo puedes achacar es a la presión. Hay gente que iba, por prescripción facultativa, todos los días de un mes, a la salita a controlársela. Muchos pacientes, que no tenían especial mal control, eran seguidos por el cardiólogo por este tema solamente. Una locura.
La verdad es que se trabajaba bastante. Iba muchísima gente, nosotros veíamos a unos 30 o 40 pacientes, se tenía que hacer, como ya dije, muchísimo trabajo burocrático, certificados de salud para todo... Además, cuando un profesional faltaba no le ponían suplente, el resto tenía que asumir sus funciones, pero también entre las distintas categorías. El administrativo estaba de vacaciones y su trabajo lo debíamos hacer entre todos.
Siempre que podíamos, gustaba ir a los domicilios. Lo hacíamos a pie por una carretera sin asfaltar. Los coches al pasar, nos ponían perdidos de polvo. Las chicas españolas dirían eso de: - ¡Ay, que se me ensucia el pelo! -. Todas las “casas” eran unifamiliares, casi todas hechas por los propios habitantes, en una parcela. Todas tenían perros guardianes. Una vez me equivoqué de camino, me metí sin querer a una parcela privada y un perro me lanzó una dentellada que por suerte sólo me alcanzó el pantalón. Para llamar al timbre había que dar palmadas en la puerta. Normalmente nos invitaban a pasar.
Recuerdo la casa de Liliana, 18 años, dos hijos, el segundo prematuro. Nunca olvidaré las estrías de su barriga. Decía que el parto lo había desencadenado su padre un día que borracho, la pegó. En el interior de la garita, estabas 10 minutos y te mareabas. La cocina de gas con los cuatro fogones y el horno, que allí calienta a modo de fogón grande, encendido. Tampoco olvidaré su sonrisa. Le iban a pedir un calefactor por una red solidaria. Tenía que dar su autorización, porque lo pedían por la radio diciendo su nombre.
En Bariloche había una radio local, que solíamos escuchar por las mañanas en el centro, como la de “Doctor en Alaska”, más o menos. Decían: - Se ha perdido una cartera negra, con 3 compartimentos, uno para el tarjetero, otro para las monedas... con revestimientos dorados en sus bordes. Se ruega si alguien la vio se comunique…- y cosas así, como anunciar los cumpleaños de la gente y tal.
Otro domicilio al que entramos fue al de Berta, boliviana, 24 años, 2 hijos. En su familia próxima un caso espeluznante de abuso sexual del abuelo a un niño de 7 años. A Berta también la pegaba su marido y se tuvo que ir del domicilio. Se armó una movilización impresionante de recursos para solucionar su situación y poner los medios para separarla del marido y empezar una nueva vida. Bajo el síndrome de Estocolmo volvió a los dos días con él. Su casa era un desastre. El día que fuimos había cinco niños por ahí, exploré a varios porque andaban con un proceso catarral. En esos niños mocosos y sucios se escondía una verdad absoluta.
Estoy seguro de que los argentinos, si vieran lo que vi aquel día no tendrían una imagen negativa de los bolis (bolivianos, bolitas). Estoy seguro de que si los españoles viajáramos a Marruecos, a Perú, a Ecuador, a Paraguay, a Bolivia, a Senegal..., si habláramos con la gente y la conociéramos un poco no tendríamos la imagen que tenemos de nuestros inmigrantes. Al igual que el nacionalismo, la terrible enfermedad del clasismo (la xenofobia no racial, pero sí económica) se cura viajando. Yo creo que los viajes de fin de curso de los colegios e institutos se deberían empezar a desviar a estos destinos. Si se quiere comprender algo de la sociedad en que vivimos, de nuestros vecinos, deberíamos conocerlos. Una sociedad es tanto más decente cuanto más interacciona y comprende a sus integrantes. No conozco a una sola persona que haya conocido estas realidades que me caliente la oreja todos los días (como me pasa) con el discursito de que los inmigrantes nos vienen a quitar el trabajo, los recursos sanitarios, sociales, educativos; que yo conozco a una peruana que trajo a su madre con un cáncer para operarla, que nos invaden los médicos latinoamericanos que no saben nada, que llevo cotizando toda la vida y ahora viene el inmigrante que lleva aquí un año y se beneficia. Me ha dejado bastante tranquilo, la verdad, ver que en un país más pobre que España como es Argentina, también pasa con sus extranjeros.
Me deja tranquilo porque he comprobado que este discurso tiene lugar en el contexto de ese sentimiento universal llamado miedo y no porque aquí la situación sea excepcional.
Lo curioso es que a la vez, los argentinos se quejan de que cuando vienen a España se les discrimina en cuanto a requisitos exigidos (y tienen razón) para entrar al país. Tantas paradojas tiene la hipocresía y la amnesia: España y Argentina han sido países con una historia importante de recibir y dar. La era moderna de Argentina la escriben inmigrantes europeos. España ha exportado exiliados primero (México, Rusia) y trabajadores después (Alemania, Suiza) mientras la pusieron a régimen.
Me encantaba porque en el trabajo el ambiente era muy informal y la gente muy sencilla. Los médicos iban en zapatillas. Te podías no cambiar de ropa en toda la semana y no pasaba nada. Podías llevar algo roto y no pasaba nada. Mi madre me decía que seguro que estaba contento, porque siempre me reñía por llevar la ropa rota. La gente tenía los dientes hechos un cristo, le faltaban la mitad de las muelas y se la sudaba. Sin embargo, nadie les podía robar la sonrisa. No tenían complejos ni tantas chorraditas como aquí, importaba un poco más cómo eras como persona. Teníamos a veces algunos encontronazos, porque me daba la impresión de que ellos, cuando hacías algo mal, aunque fuera una cosa sin mucha importancia, te lo decían, y a eso no estamos acostumbrados, o al menos yo no lo estoy. Pero muchos de los motivos de las pequeñas discusiones eran por diferencias culturales de las que nadie era culpable.
Un día creo que se enfadó una médico, porque mientras estábamos haciendo una citología a una paciente le pregunté que si eso que se veía ahí era el orificio cervical externo. Me reprendió porque decía que la paciente nos estaba viendo dudar y se estaba llevando una mala imagen, algo que a mí me parecía una chorrada, porque la citología la estaba haciendo ella, no yo. Más tarde, con otra paciente, mientras la estábamos historiando pidió disculpas para ausentarse un segundo y volvió con un plátano que terminó de comerse mientras la veíamos. Me parto la raja.
Me llevé una buena imagen de la gente del centro de salud. Detrás de la barrera cultural que nos separaba y que se acepta como normal, los encontré muy buena gente.
Elbita, la enfermera, iba al centro por la mañana, por la tarde dormía y por la noche trabajaba en un hospital privado.
Lidia, la señora de la limpieza, después del centro de salud iba por las tardes al hospital, y además, vendía productos cosméticos para mujeres por catálogo, como perfumes energizantes, que llamaba ella. Siempre creí que de ahí provenía la fogosidad de los argentinos.
Carmen, toda una institución, 20 años en el centro, 41 años de edad, un hijo de 3, soltera. Fuimos un día a celebrar su cumpleaños a una cervecería para guiris y fue tan bonito verlas a todas sin el uniforme, todas guapas... Llevar lentillas allí era no ponerse ese día las gafas y ver un poco peor. El recuerdo de aquella noche, lo bien que nos lo pasamos, la forma en que se reían, la manera de comportarse, al lado de las otras mesas en las que los guiris estaban con su ordenador portátil en Internet, pidiendo pintas sin parar. Recordar aquella noche me produce una mezcla de tristeza y orgullo.
Sandrita, 33 años, 3 hijos, un pasado doloroso y un futuro lleno. Una nueva profesión y un marido que la quería.
Nati, médico del centro, a la que le gustaba mucho la montaña y que quería ser médico rescatista. Que bien que se portó conmigo. Recuerdo como podía verle hasta el tercer molar, en medio de una sonrisa de enamorada, cuando hablaba de su novio Facundo con el que se iba a casar. German, un pediatra muy aplicado, un puretilla (como casi todos los pediatras, ¿por qué será?) gracioso, un señor. Me enseñó lo que es el método Warldof. Un auténtico ejemplo de lo que debe ser un profesional.
Silvina y Felipe, dos médicos a la europea. Con tantas ganas de cambiar las cosas, desde las ideas claras. Desde el realismo.
Hay que tener cuidado con lo de ir a un país más pobre y cómo lo gestionas sentimentalmente. Hay que tener cuidado de no caer en la heroicidad, de no querer ser el listillo que sabe cómo se hacen las cosas a la europea o a la española, que crees que es la mejor forma de hacerlas por ser la tuya. De no creerte el Che Guevara a la menor. De saber que si quieres ser humilde, tienes mucho que ver, oír y callar. De saber y tener la seguridad, que dentro de nada vas a volver a tu país, con tus estúpidas cosas innecesarias y primermundistas, y que ese sentimiento de madreteresadecalcuta se va a esfumar de la manera más hipócrita.
Yo sé que todos los problemas de la gente, que me han atormentado durante el tiempo que pasé en Bariloche, se me olvidarán como se me han olvidado tantas cosas ya. Al ir allí no aspiraba a otra cosa que a vivir una experiencia personal y me encontré algo más, viví una experiencia colectiva. Sólo quiero que ese recuerdo quede bien oculto en el corazón, en la aurícula izquierda, porque es ahí donde guardo lo más íntimo: el pudor, el optimismo, el pasaporte. Sólo quiero que si me hacen un electrocardiograma el trazo escriba estas palabras, y que nunca, nunca, se las lleve el viento. Ese viento que ululaba y asustaba a los perros callejeros de San Carlos de Bariloche.
3. GENTE QUE VIENE Y VA
Hay varias cosas que han cambiado el mundo en los últimos años y que la gente no les ha otorgado la consideración que merecen. La maleta de ruedas, las compañías de vuelo de bajo coste (always the cheapest is the best), el Skype.... y los hostel. Los hostel, o albergues juveniles (diferenciar bien de los albergues transitorios o telos argentinos, domicilios por horas para parejas sin hogar que buscan amor), son alojamientos baratos (de 10 a 20 euros por noche con desayuno incluido), para gente de todas las edades, en habitaciones compartidas de 4, 6 o más personas que duermen en literas, mixtas, con baños compartidos, con instalaciones de uso común como la sala de estar, la sala de televisión, la cocina, comedor, con internet gratis, bar... en los que se suele alojar gente de todas las nacionalidades y que resultan una oportunidad única en el mundo de conocer a gente de otros países, de practicar y aprender inglés gratis, de divertirse, de valorar la cantidad de cosas inútiles que creemos que nos hacen falta, como el secador, la plancha, el afeitado, la tele, el móvil, el pescado tres veces por semana, la fruta cinco veces al día, el lavado de manos antes de comer, un calzoncillo diario... dios, qué pereza de vida.
Conocí a tanta gente el mes que pasé viviendo en un hostel en Bariloche, que se hace difícil recordarlos a todos. Sin embargo, de todos ellos aprendí algo y habernos encontrado no fue indiferente para mí.
Distintas casualidades me fueron favorables. Primero, que el mes de mi rotación fue febrero, verano en Argentina, vacaciones escolares. Bariloche, clásico destino turístico de la gente que vive en Buenos Aires y que vuelve en repetidas ocasiones tras el viaje de egresados, el viaje del instituto. Tienen que volver porque no se acuerdan de nada de aquel. A diferencia de los extranjeros, que solían quedarse tres o cuatro días, éstos se quedaban en torno a una semana, lo que permitía un mayor contacto. Ellos fueron mi más importante fuente de conocimiento de la cultura argentina.
Me enseñaron el lunfardo, el argentino. Me cagaba de la risa con ellos. Me enseñaron lo que es un pata de lana, tirar la goma, el shamusho, el chongo, la poronga, el qué se yo, el por las dudas, el capaz, el y...si, el tal cual, el ay la puta madre, el mirá vos, la concha de tu madre. Me enseñaron a irme de joda, los recontra, el forro, el obvio, el comúnmente, lo que es lindo y lo que es relindo, ¿viste?, piola, flia, grosso, el bloqueador, la computadora y las casas de computación, la colita, el chabón y la mina, nafta, costado, birome, la heladera, el freezer, la pieza, el departamento, el boliche. Me enseñaron lo que es despedir a un amigo del interior (cagar), jugar en cancha mojada (tener relaciones sexuales cuando la mujer está menstruando), dar una nalgada, dar una palmeada, trabajar ad honorem, las sutiles diferencias entre lastimado y quebrado, enojado, el trasnocho, la picada, la manteca, los jugos, los licuados, los exprimidos, las colaciones, hacer una consultita, el micro, el colectivo, el bondi, el boleto, el pasaje, el cospel, la valija, el temible está viniendo, el vamos viendo, me enseñaron a hacer el gesto de poner la palma de la mano hacia arriba haciendo converger los cinco dedos en un mismo punto para realizar repetidos movimientos de extenso-flexión de la muñeca (parezco Cortázar describiendo una escalera).
Mandé a pacientes al fisiatra, al kinesiólogo, dietas a base de puré de zapallito, les pedí que se sacaran la remera, la pollera, la musculosa, la campera, el pulover, el buzo, los shorcitos, los jeans, la bombacha. Aprendí que no se coge el autobús, ni te cojo de la mano, ni se cogen vacaciones. Que no todos los asmáticos argentinos entienden lo mismo que yo cuando se les pregunta si tienen pitos en el pecho. Aprendí que Uruguay es una provincia de Argentina.
Conocí una práctica que sólo puede existir en un país que es la recontrahostia. Se trata del pasacalle. Si tú le quieres enviar un mensaje público a una persona, por ejemplo, una declaración de amor, una felicitación por haber terminado la carrera, le puedes poner un pasacalle. Éste es un mensaje impreso en una pancarta gigante que se coloca entre dos árboles de la calle o donde sea, a modo de valla publicitaria.
Cuando veía a aquellos chavales argentinos, de mi misma edad, como locos por cruzar el charco, esperando que la moneda se recuperara, pensaba en todos los españoles que tienen la oportunidad y el dinero para viajar y no viajan. Los vi tan ávidos de recorrer Europa como algunos europeos estamos de recorrer Latinoamérica, pero más. Los vi en Bariloche disfrutando de cada instante de sus cortas vacaciones, de cada día y de cada noche. Allá el tiempo de vacaciones es directamente proporcional a la antigüedad en la empresa. Dos semanas al año los dos primeros años, tres semanas cuando llevas cinco años, un mes entero cuando llevas diez.
Los vi ojerosos después de haberse sacado la carrera a la vez que trabajaban. Conocí cómo los residentes de cirugía se hacían en los primeros años de la residencia 13 guardias al mes sin librarlas. No los vi prepotentes ni pesados (agrandados ni cargosos) como reza el tópico. Los tópicos hay veces que sí y otras que no. El de los gallegos es que somos cabezones.
Yo puedo decir que no he conocido en mi vida gente más abierta que los porteños. A su lado he aprendido a amar a su país como no amo el mío. Me han enseñado todas las reglas del mate. Me gustaba tomarlo hasta que me doliera la panza, con azúcar. Me gusta cómo te acelera, el puntito que te da, lo tontorrón que te pone. Es el puntito del calimocho, pero sin alcohol. Ahora lo tomo para ir de joda. He encontrado la bebida perfecta, qué pena que no lo sirvan todavía en las discotecas. Me gustaba tomar mate y pensar que el rito se parece mucho al de fumar canutos, en el que uno dirige la maniobra sirviendo el agua o liando el cigarrillo de la risa y pasándolo a los demás. En el fondo la yerba mate y la marihuana son muy parecidas morfológicamente. Sobre todo en el (doble) fondo de la maleta.
Me han enseñado su música, hemos hablado mucho de política, de lo poco que les gusta su cine (salvo “Nueve reinas” y “El secreto de sus ojos”) y de lo bueno que es, del psicoanálisis. Pero sobre todo de las relaciones humanas, ese tema que siempre sale por algún lado. De los sueños, del país, de la imagen que se tiene de él desde fuera, de la imagen que se tiene de él desde dentro, de Buenos Aires, de la inseguridad, del laburo, de las juergas de juventud, de la pobreza, de si la clase media está despareciendo o no (otro de los temas estrella). Argentina es un país de gente emprendedora, inquieta, viva, divertida, trasnochadora.
Anduve aprendiendo estas cosas en el hostel entre cenas de polenta. He venido completamente loco por vivir las historias de alguna gente que conocí. Un electricista de Marsella que viajaba por Latinoamérica hasta que se le acabara el dinero. Antes de eso, visitó Canadá y como encontró trabajo se quedó 7 meses. Se fue a Asia con un amigo y al cabo de dos meses el amigo le dijo que es que le gustaba mucho y que le perdonara, pero que se iba a quedar a vivir allí; muchísimas parejas de amigos y de novios que estaban dando la vuelta al mundo durante 8 meses, 2 años, 4 años un figura... Vueltas al mundo que comienzan en la Antártida, que pasan por la isla de Pascua y las islas Galápagos, por Alaska...
Una chica me contaba sin un atisbo de lágrima en los ojos cómo le metieron a su hermano un tiro entre las cejas en Buenos Aires por meterse en política...
Mario, un guía de turismo con una minusvalía visual importante por desmielinización del nervio óptico. La única persona que conozco capaz de estar contando chistes 8 horas seguidas en una excursión, que daba clases de esquí, que le llevaban a la escuela para que hablara a los niños sobre la superación.
Una tía de Mondragón que fue de visita a Bariloche y que se quedó un año de recepcionista en el hostel. Un chico que quería alquilar un coche y recorrer todo América...
Me encanta conocer a gente porque en cuanto rascas un poco (con los argentinos se tarda infinitamente menos que con los españoles) afloran todos los éxitos y los fracasos; empiezas y cuando te quieres dar cuenta estás delante de un personaje literario.
Me encantó conocer todas esas chicas que viajaban solas desde Buenos Aires, que iban por primera vez de esa manera de vacaciones, a un hostel, y que llamaban continuamente a casa para contar que su compañero de habitación era español y parecía buena gente. Me gustó verlas disfrutar, oírlas decir que iban a repetir la experiencia sin dudarlo. Me contaban que no me podía hacer idea de las sesiones de psicoanálisis que habían tenido que tener para dar el paso de irse solas.
Me gusta la gente que viaja sola. Me gusta aún más la que va sola aun teniendo con quién ir. El viajero solitario, tan mal visto en España, es una especie que abunda en el exterior, a ver si os enteráis, joder.
Me gusta la gente que va sola y sabe dónde tiene que ir y dónde no para no hacer evidente su soledad. Me gustan los restaurantes a los que va gente sola porque sabe que va gente sola. No me gusta lo fácil que es hacer amigos fuera cuando vas solo y lo difícil que es hacerlos en tu ciudad. Me gusta la gente que no busca la soledad, pero la acepta con dignidad si no queda más remedio. Siento un profundo aprecio por los que reconocen que no tienen amigos. Los argentinos te decían: - ¿Viajás solito?-, y te enternecían.
Casi todos los amigos que he hecho sé que no van a convertirse en amistades duraderas, aunque yo quisiera; la vida es así, la gente es despegada en general en todos los sitios. No pasa nada. Por una vez tuve la sensación de que lo que estaba viviendo era algo momentáneo, y disfruté de ese sentimiento al que no estoy muy acostumbrado. Me han enseñado que la fugacidad es mala, que sólo vale la pena lo que te va a aportar algo a largo plazo. Casi siempre algo cuantitativo. Dinero, trabajo, mujer, hijos, casa, coche, hipoteca... ése es el objetivo. Nos han enseñado que viajar es malo, que se gasta mucho dinero y se invierte mucho tiempo, que se podía estar dedicando a hacer cualquier otra actividad que en el fondo no esconde otra cosa que una rentabilidad económica. Los españoles no nos podemos ir un año antes de empezar la universidad a viajar. Eso es para los extranjeros, que son ricos. Tenemos que trabajar duro para luego gastarnos 2000 euros en 15 días de vacaciones en un viaje organizado.
4. MEDIA HISTORIA DE AMOR
La montaña es un lugar inhóspito. Una costumbre extraña para gente extraña. Madrugas, sufres, pasas frío, calor, hambre, cansancio, agujetas, desánimo, suciedad, peligros, penurias. Pero ir a la montaña es lo más grande que hay. Ir a la montaña es como ir al amor.
De casualidad conocí en Bariloche las rutas de montaña. El lugar ofrece muchos sitios y muchas actividades, así que hubiera podido ser que no hubiera ido a hacer ninguna de ellas. Me habían hablado de que existían unos refugios, en los que la gente se quedaba a dormir, situados en alta montaña. Pensé que sería una linda experiencia pasar una noche en uno de ellos.
En el camino, conocí a Claire. Tenía 40 años, era canadiense y un trabajo que le aburría y que había abandonado para viajar y pensar qué es lo quería hacer con su futuro. Viajaba por toda Latinoamérica y hablaba bien el castellano. Cuando la vi, sentada al lado de un árbol en medio de la nada, estaba bebiendo agua de una cantimplora y poniéndose hecho un cristo el forro polar.
Me anduvo contando por el camino algunas historietas de sus viajes. Todo hasta que le pregunté que de qué trabajaba y me dijo que era médico de Atención Primaria.
La tía había estado trabajando en las prisiones de Canadá, se había enrolado como médico en un barco en la Antártida, había estado seis meses en una plataforma petrolífera en medio del mar, en Birmania como médico en los territorios en los que se movía la etnia Karen. Le dije que yo de mayor quería ser como ella. Llegamos arriba y la inmensidad que nos envolvía era impresionante. En ese entorno son capaces de aflorar cualquier tipo de sentimientos. Es la única esperanza que nos queda a los feos.
El refugio tenía un pequeño baño unisex sin duchas, en la planta de abajo cocina y unas mesas para comer y en la de arriba colchones sobre el suelo y mantas. Dejamos las mochilas fuera y entramos a tomar unos mates. Había como 20 personas, aparte de los refugieros. Estos tipos subían allí por turnos de 10 días y bajaban 3 de descanso. Estaban cansados de la imagen de bohemios que tienen los turistas de ellos. Todos los trabajos son un coñazo.
Anduvimos dando una vuelta por las inmediaciones y luego entramos porque ya estaba cayendo la noche. Ahí fue cuando me contó que había estado en España hacía muchos años. Estuvo viviendo 10 meses en el 92, porque se echó un novio de Madrid en Colliure, Francia. Ella fue allí a dar clases de inglés, ya que era de la parte bilingüe de Canadá, de Montreal, y dominaba ambas lenguas. En Madrid, estuvo viviendo en Argüelles y todavía recordaba algunos garitos míticos de la ciudad.
Me parecía curioso comprobar a lo largo de la conversación que manteníamos, que Claire era de ese tipo de gente a la que algunas cosas se las tenías que ir sacando con calzador. Que omitía esos detalles que omite la gente que ha viajado tanto y ha conocido a tantas personas que ya se la pela todo. Que le da igual si a mi me va a hacer gracia que ella conozca Casa Mingo. Joder, que si yo soy canadiense, ella española y nos conocemos en Argentina, le hago una broma en el minuto 1 con Casa Mingo para que se parta el culo.
En cuanto me di cuenta de esto, todo fue mucho más fácil.
A mí, cuando me cuentan algo que no me interesa, me hago mucho el orejas, pero si me interesa, no dejo de dar la brasa hasta el más mínimo detalle; me lo dice mi madre. Por eso no pude pasar por alto el hecho de que cuando regresó a España a rebuscar entre las ruinas del amor a su ex, visitara Soria y Jaén. Si yo no digo nada, ella no hubiera dicho ni Pamplona. Pero, ¿cómo no me iba a llamar la atención que una guiri viniera a España y visitara Soria? Entonces, queridos amigos, fue cuando comenzó el quilombo, fue cuando empezamos a hablar de Machado.
La vida te sorprende. Una tía que vive a no sé cuantos kilómetros, que viene a España y que va a Soria porque se ha leído “Campos de Castilla”. Me encantan los mitómanos. Yo estaba como loco por llegar a Buenos Aires y visitar la Plaza Cortázar. El interés que Claire tenía por Machado era muy parecido al que tenía yo por Cortázar. Me flipó, la verdad, que la tía conociera la historia de los últimos días de Machado, una historia que muy pocos españoles conocen. Le dije que esa historia es la más triste de todas las historias.
Resumiendo, Machado, cuando se acerca el final de la guerra, marcha de Valencia a Barcelona con su madre. De ahí a Colliure, Francia, tras un peregrinar penoso a través de la frontera, donde ya muy enfermo y cansado, fallece en un hotel de la ciudad, el mismo hotel donde Claire se alojó durante el tiempo que dio clases, el Hotel Bougnol-Quintana. Tres días después fallece su madre. Su hermano José, que también cruzó la frontera con ellos, se reencuentra con su hermano Manuel, que llega desde Burgos, en el cementerio de Colliure, delante de los restos de su hermano y su madre. La historia de Antonio Machado es tan triste como la historia de España.
En un bolsillo de la pelliza del poeta encontraron un papel con su último verso: “Estos días azules y este sol de la infancia”.
Cenamos todos juntos y después sacaron una botella de Farnet, las guitarritas y las viejas canciones de Calamaro y Sabina. Le dije que, por un momento, parecíamos Leonor y Antonio con las edades cambiadas. Que me gustaría ir con ella de París a Marsella y escribir otra vez “Los autonautas de la cosmopista”.
Se le pusieron los ojos vidriosos y me agarró del brazo como agarra una anciana madre a su hijo para cruzar la calle. Después de un rato, le dije que me subía a dormir. Ligar es muy cansado y yo no tenía muchas fuerzas después de la caminata. Quedamos para levantarnos a las 9, desayunar y regresar juntos.
Cuando ya estaba medio dormido, se puso a mi lado y sentí su respiración sobre mi cara. Era Claire fijo, porque sólo ella había comido mandarina de postre. No me acuerdo de más, porque me dormí. A la mañana siguiente se había ido. Los refugieros me dijeron que había pagado sobre las 7 y que no había desayunado.
Después de conocer a Claire, pasé el resto de mi estancia por el país hasta llegar a Buenos Aires dando tumbos, y dándole vueltas como un loco a una historia que sucediera en Argentina para escribirla. La verdad es que el relato del amor que surge entre dos personas de dos países distintos en un tercero es un filón que te cagas.
Estuve dando forma a cada detalle delante del Perito Moreno, en El Chaltén, en Torres del Paine, en Ushuaia. El día que llegué a Buenos Aires dejé las cosas en el hostel y tomé un taxi a la Plaza Cortázar, donde en una terraza, vomité literalmente durante 6 horas seguidas el borrador entero de la historia que me llevaba destruyendo por dentro tantos días. Sólo ese día reconocí el motor inagotable en que se había convertido la despedida para siempre de Claire.
Cuando llegué a casa, a Madrid, revisando los bolsillos para poner la lavadora, encontré en la cazadora que había llevado a la excursión, dos tarjetas. Una, de un hotel de Bariloche. La otra del Hotel Bougnol-Quintana de Colliure. En una se podía leer: “Estos días azules...” y en la otra: “...y este sol de la infancia”.
Llamé al hotel de Bariloche y fue imposible conocer dato alguno de Claire. Estoy de la protección de datos hasta las pelotas. Cogí el relato que había escrito y de la rabia lo rompí en mil pedazos. Fui hasta Casa Mingo y no tuve más remedio que escribir esta mierda de historia de amor que huele a pollo asado. Para una vez que iba a contar algo lindo, tengo que acabar escribiendo de la realidad. Qué bajeza.
5. MALVINAS ARGENTINAS
La vida de los humanos tiene dos partes. La de antes de viajar a la Argentina y la de después. El que va, ya no vuelve, porque aunque vuelva, queda atrapado allí para siempre. Los sentimientos no necesitan visa.
Poco a poco, iré cambiando estos recuerdos por la estúpida cotidianeidad. El telediario. El periódico gratuito. La mirada, ávida como la mirada de un preso, que cae sobre el sol de la calle como cae el sol sobre la calle una tarde de guardia. Ayer llamó mamá. Mañana no, que tengo dentista. Creo que se han caducado los yogures. Qué tal llevas la suficiencia. Ayer tardé en dormirme. Se ha estropeado el metro. Qué tal el finde. Que tengas buena guardia. Que descanses.
Allí quedaron, con la marca en el deltoides de la vacuna de la BCG, con los sujetadores reafirmantes, recién afeitados, parando remises, juntando plata. Allí. Tan lejos y tan cerca. Tan cerca y tan lejos.
Deberíamos tener dos vidas, para vivir una en la Argentina. Ojalá dentro de poco, queramos vivir esa vida, no sólo en la Argentina, sino como argentinos.
Algún día pillaré por banda al yo de mi vida argentina, ése que me mira y se descojona de mí desde todos los ángulos, al otro lado de los espejos de los telos y le daré un par de hostias pero bien dadas.
Algún día volveré. Algún día volveré y seré millones.
Algún día haré memoria de mi tiempo en Argentina y contaré que, en contra de lo que piensan los que ya han dejado de soñar, existe Ítaca, el país de nunca jamás, Macondo, Bergai, Marinaleda. Que existe un sitio que se ha construido sobre su historia a base de legítimo fibrocemento.
Algún día volveré, lloraré por ti, Argentina, y te pondré un pasacalle en cada de una de tus esquinas que diga: “Te extraño”.
Dicen que soy Roberto Sánchez, médico residente de cuarto año de Atención Primaria del centro de salud Prosperidad. Área 2. Madrid. España.
Correspondencia: robertojosesan @ yahoo.es
(robertojosesan@yahoo.es)
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