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30 años de descampesinización
30 años de descampesinización
El sociólogo mexicano y especialista en desarrollo rural Armando Bartra se refirió a la necesidad de volver a pensar la actividad agropecuaria en función de satisfacer el mercado interno más que en el agronegocio exportador. En esta entrevista con InfoUniversidades, Bartra analiza las causas y consecuencias de una crisis que abarca desde lo económico y energético hasta el medio ambiente y los cambios de hábitos alimentarios, entre otros diversos aspectos.
En esta entrevista el sociólogo mexicano plantea y analiza en profundidad la existencia de una crisis de orden planetaria con aristas económicas, climáticas, alimentarias y energéticas, vinculada al modelo de explotación agropecuaria basado en la exportación de productos que deberían destinarse al consumo interno de los países.
En este sentido, Bartra postuló que el problema de la agricultura en el mundo se relaciona con una crisis alimentaria, que no perjudica a los productores ni a los comercializadores sino a los consumidores, que se vieron cada vez más empobrecidos. “El desmantelamiento del mercado interno, pensando sólo en las ventajas de la agroexportación, nos puso un límite”, explica el especialista, y agrega que “la crisis alimentaria está mostrando que los países que no tienen capacidad para producir sus propios alimentos, aún si poseen economías lo suficientemente fuertes como para comprarlos, están realizando un mal negocio porque los alimentos se han vuelto muy caros”.
-¿Cuál es el impacto económico de la actividad campesina en México?
-Si uno se fija en el PBI, podría sostenerse que la agricultura es una actividad marginal, con una participación del tres o cuatro por ciento. Sin embargo, esa pequeñez es engañosa, porque el campo absorbe cerca del 16 por ciento de la población económicamente activa. Es decir, directa o indirectamente, trabajan en la producción primaria o en la agrotransformación, 16 de cada 100 trabajadores activos. Asimismo, uno de cada tres mexicanos vive en el campo y dos de cada diez trabajan en él. En términos de población y de ocupación es importante, aunque sólo tres o cuatro pesos de cada 100 se producen en él.
Por otra parte, debemos preguntarnos por los 97 pesos restantes. Lo que tenemos allí es una producción de publicidad y diversión chatarra, de bienes de consumo suntuarios de altísimo precio, que no satisfacen necesidades fundamentales o básicas. Es decir, la economía mexicana tiene un importante sector de negocios que aporta muy poco al país. En cambio, en ese tres o cuatro por ciento de PBI que corresponde a la agricultura, se encuentran los alimentos.
-¿Y en términos de medio ambiente?
-En México, como en muchos países, la agricultura campesina contribuye con el medio ambiente. Del campo viene el aire puro, el agua limpia, la tierra fértil. En él se sostiene la diversidad biológica, aporta climas templados, paisaje, cultura e identidad. Es un portador de bienes más valiosos que ciertas mercancías chatarras. Y esto debemos ponerlo en la coyuntura de una crisis que no es sólo económica, sino también medioambiental. Una crisis relacionada con el cambio climático, en la que lo único garantizado es la incertidumbre.
-¿Incertidumbre, en qué sentido?
-Me refiero a la precipitación pluvial, a la duración de las sequías, o a la intensidad de los huracanes. Cuando una actividad como la agropecuaria se vuelve incierta, ya sea por el mercado o por los precios, y más por la realidad del cambio climático, lo que deberíamos hacer es asegurar una producción agropecuaria sólida y capaz de enfrentar esa situación. Y la agricultura capaz de afrontarla no es la que hemos desarrollado con monocultivos especializados que dependen de agroquímicos y semillas mejoradas, en muchos casos, transgénicas. Entonces, desde esta perspectiva, la agricultura es un sector estratégico en toda América Latina, porque una de las dimensiones de la crisis, el cambio climático, está poniendo en riesgo la alimentación del planeta.
-¿Cómo se vincula esta crisis con el consumo de energía?
-Consumimos más energía en los últimos 20 años que en toda la historia de la humanidad. Desde hace algo más de dos siglos utilizamos el carbón, el petróleo y el gas como fuentes de energía, pero se trata de recursos limitados ya que existen en la naturaleza a partir de procesos geológicos definidos, y se están agotando.
Extraemos petróleo de lugares cada vez más profundos, en condiciones cada vez más incómodas y, por lo tanto, más costosas. En estas condiciones, producir combustibles es más caro y, por lo tanto, el rendimiento energético del petróleo disminuye. Cada vez hay que utilizar más energía para producir la misma cantidad de energía. Esto pone un límite al sistema. El capitalismo no puede continuar siendo lo que ha sido en los últimos 200 años. No estamos hablando de una crisis de sobreproducción que dura un año y medio o dos, y después se remonta. En este contexto, la agricultura es una actividad que compró el modelo energético del resto de la economía, en el sentido del uso abusivo de químicos y agroquímicos de origen petrolero.
-¿Qué rol juega la agroindustrialización en este contexto?
-Hay bienes que podíamos consumir en forma directa o con una transformación relativa, pero los convertimos en productos chatarra, resultado de procesar granos una y otra vez, lo que implica un gasto de energía, además de un incremento en el precio y la pérdida de la calidad nutricional. Si a esto agregamos la lógica según la que la única actividad económica importante es aquella que sirve para la exportación, entonces estamos pensando que los productos agrícolas deben ser enviados a mercados internacionales, que habitualmente son remotos. Se produce en Argentina o México lo que se va a consumir en Europa o en Asia.
Es absurdo pensar que los productos agrícolas -que podrían ser de consumo local- deban ser comercializados a grandes distancias, sobre todo cuando el costo de los energéticos es muy elevado. Entonces, también por cuestiones de energía el modelo agrícola está contraindicado.
-Este incremento en la exportación de alimentos, ¿responde a un cambio en los hábitos de alimentación que se viene registrando en países remotos?
-Sí, y el caso de la carne es paradigmático. Argentina ya es una cultura consumidora de carne, pero hay pueblos enteros como India y China, que están cambiando sus hábitos en el consumo de carnes y lácteos. Esto ocasiona que se derive una parte de la producción agropecuaria hacia el alimento de ganado, utilizando granos de consumo humano para la producción de forraje, cuestión que en situaciones de escasez relativa es absurda.
Entonces, también existe un modelo agrícola exportador que piensa en función de una actividad pecuaria sobredimensionada, con hábitos de consumo encaminados hacia las carnes rojas. Pero es inviable pensar en sostener a la población mundial consumiendo carnes rojas.
-¿Qué grado de conciencia de organización hay en los campesinos en México y Meso América?
-Existe un cierto grado de organicidad, pero no siempre hay resultados exitosos de las luchas campesinas. En los últimos 30 años imperó una visión de lo que debían ser la sociedad y la economía, muy contraria a la pequeña y mediana actividad agropecuaria, sobre todo a la de consumo local. Se impulsó la actividad agropecuaria a gran escala, agroexportadora y el agronegocio. Esto implica que vivimos 30 años de descampesinización. Aun así, en México hay algunos millones de unidades familiares de producción pequeña y mediana que siguen siendo campesinos y quieren continuar así; están organizados y pelean por cambios en las políticas públicas.
-¿Han logrado algún avance en este sentido?
-En los últimos años hubo un cambio de enfoque en las políticas públicas, no sólo de los gobiernos sino de los organismos multilaterales, los mismos que impulsaron la importación de alimentos y la producción de bienes exportables. Ellos impulsan la producción alimentaria campesina, pequeña y mediana. Me refiero a la FAO, el FMI y el Banco Mundial, quienes promovieron la descampesinización a nivel global y hoy bregan por apostar a la agricultura, al mercado interno, a la pequeña y mediana agricultura. De algún modo, es un triunfo de este modelo, de esta idea campesina de que se debe producir lo que comemos, pero es un triunfo que debe remontar una prolongada política de destrucción del campo que, a estas alturas, tiene ya 30 años.
Acerca de Argentina
Para Armando Bartra, la situación agraria argentina es tan complicada como la de todos los países de América Latina, donde se combinan dos factores: productos agrícolas a precios muy altos y rentabilidad de la actividad.
En el caso argentino, con un modelo agrícola extensivo y la soja en particular, afloran tres grupos de interés diferentes que se benefician de la explotación agropecuaria: el dueño de la tierra, el contratista que desarrolla los cultivos y el inversionista.
Según el sociólogo, el problema agrario es grave en toda América Latina, pero la particularidad de Argentina radica, ya no en la existencia de un vasto número de campesinos, sino en la presencia de “un sector empresarial, una oligarquía agraria más que terrateniente, porque en muchos casos son inversionistas agrícolas y no terratenientes. Un grupo de interés enormemente poderoso, que ha ganado mucho dinero y quiere continuar haciéndolo, pero al que no le interesa compartirlo a través de las finanzas públicas con el resto de la Nación”.
Por Armando Bartra
Armando Bartra es docente e investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana de México. Dirige el Instituto para el Desarrollo Rural Maya y coordina la Jornada del Campo, suplemento informativo del diario La Jornada de México. Fue invitado por el Centro de Estudios Avanzados de la UNC y disertó sobre “El campo frente a la gran crisis. Mercancías, fetiches y contradicciones externas del capitalismo”.
Universidad Nacional de Córdoba
Centro de Estudios Avanzados
10 de Enero de 2011
Enviado por Comunidad del Limay / Bariloche
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