Clics Modernos
Soul rebel. Willy Crook: la historia del músico contada por su círculo íntimo
Soul rebel. Willy Crook: la historia del músico contada por su círculo íntimo
“Calculo que lo conocí en 1974, Willy tenía 8 o 9 años. Era un niñito y yo tenía 17. Fue el primer verano que me iba a trabajar a Gesell, un buen lugar para hacer dinero en temporada. Trabajaba en un bar y Willy andaba todo el tiempo por toda la calle 3, por la playa. A toda hora, era un niño super sociable, muy inteligente. Yo no tenía onda por lo general con los nenes, pero Willy realmente me había llamado la atención, era molesto, no en su mala educación, sino de convencerte de lo que quería, de lo que necesitaba. Todo lo que le gustaba, absolutamente todo. Luego no lo vi más. Me enteré de que se había ido con sus padres a España”, dice Mercedes Covas, reconocida como la “amiga hermana” de Willy Crook, y también convertida en la manager del músico nómade. “Pasaron varios años y, para 1982, en la casa de mi suegra, Nélida Lobato, que había muerto hacía muy poquito, había una reunión de amigos. Estaban Los Abuelos de La Nada, el hijo de Nélida y padre de mi hijo. De repente entraron dos muchachos, de 17 o 18 años, uno se acerca y me dice: ‘¡Vos sos Mercedes!’. Le digo que sí y entonces se presenta como Willy. Ese niño ya era un hombre. Nos quedamos charlando, nos abrazamos, cosa que no era muy común con una persona tan desconocida, y a partir de esa fecha nunca volvimos a separarnos”.
Willy Crook falleció el domingo 27 de junio en el Sanatorio Güemes de Buenos Aires, luego de permanecer casi tres semanas en coma farmacológico a raíz de un accidente cerebrovascular. La noticia corrió rápido por las redes y esa misma noche empezaron a multiplicarse las historias únicas de Eduardo Guillermo Crook Pantano. Desde el nombre real hasta su increíble versatilidad para estar en lugares clave de la historia del rock argentino proyectan un mapa de proezas, naufragios y resurrecciones. Músico errante, DJ todoterreno, maestro de ceremonias y campeón mundial en el ejercicio de lanzar frases brillantes explican un dato incuestionable: es imposible seguir al Capitán Crook. No pueden reunirse tantas vidas en solo 55 años.
Criado en un espacio de horizontes vastos como la antigua Villa Gesell, sabía de primera mano que había que laburar mucho durante el verano para tirar el resto del año. Sus padres se dedicaban a la venta de piezas únicas de cuero y plata, pero el negocio de bijouterie empezó a decaer y dicidieron probar suerte en España. Antes del exilio por razones económicas, Willy aprendió el abc del rock argentino gracias a varios amigos y amigas más grandes: los discos de Vox Dei, Sui Generis, León Gieco, también de Caetano Veloso, The Beatles y los Rolling, marcaron la etapa de la educación sentimental, que sumó una experiencia particularmente traumática con dos temporadas en el Liceo Naval de Río Santiago: “Una isla horrible, la verdadera isla del diablo”, dice Crook en Memorias improbables, estupenda autobiografía editada en 2017.
En Málaga arranca el auténtico raid de un pibe de apenas 15 años. Primeras escapadas clandestinas a Ibiza, el descubrimiento del hachís y la fuga definitiva a París siendo menor de edad. Como vendedor de helados en una playa nudista, trabajador de la vendimia o improvisado músico callejero, cualquier opción era bienvenida para el objetivo de seguir en la ruta. Pero problemas con drogas pesadas, algunas detenciones y falta de recursos devolvieron al chico de las mil vidas a la casa natal de Torremolinos, en Málaga.
En aquellos años agitados, aparece el saxofón y, como no podía ser de otro modo, a través de la formación anárquica: “Aprendí a tocar el saxo de caña solo, practicando en los aljibes de Ibiza… El instrumento estaba hecho en madera de bambú de la India y tenía una notable precisión. Misteriosamente, se partió en dos cuando pude hacerme de mi primer saxo de metal: un Riboni Benicchio que era tan grande como un calefón”.
De vuelta en Argentina, hasta el país se parecía al pasajero en tránsito constante. Es el fin de la dictadura y la democracia es el mejor trip hacia la esperanza. Un amigo le comenta que una banda nueva está probando saxofonistas y ahí va el músico cachorro a la guarida de Patricio Rey. Skay Beilinson y la Negra Poli lo adoptan de inmediato. “Es un poco el hijo de todos”, es la frase favorita en esa sala de ensayo con varios integrantes que ya superan los 30 años. El Indio Solari tardará un poco más en incorporarlo a sus afectos. Serán en total cuatro años de shows calientes rociados de fernet y charlas existenciales con hermanos mayores curtidos en tiempos bravos.
“Entré a los Redondos a los 18 años y estuve cuatro. Si lo pensamos así, pasé con ellos la cuarta parte de mi vida. No hubo matrimonio ni relación sentimental que me dure tanto. En todas me quedé el tiempo necesario para garantizar la catástrofe”, dice en su autobiografía.
Los ataques furibundos y los cortes rítmicos de Crook tanto en Gulp (1985) como en Oktubre (1986) son marcas claras de identidad en la primera etapa de la banda platense. Es el sonido para puticlubs subterráneos con marcas de ópera urbana mala onda, todo lo contrario a la euforia pop de la banda de sonido para la primavera alfonsinista. Mientras duró fue genial, pero las exigencias internas para un grupo independiente en claro ascenso determinaron la salida espontánea del saxofonista. “Me fui de los Redondos porque ellos me enseñaron que, si esperás el éxito o el dinero, en esa apuesta podés llegar a perder tu vida si te quedás esperando eso. El éxito estaba en jugar ese juego que era el rock and roll, y fue lo que hice cuando decidí irme de la banda. Me jugué la mía sabiendo que me iba de algo que estaba creciendo. Apliqué ese criterio y creo que ellos también lo entendieron porque después toqué como invitado”, dijo Crook a ROLLING STONE, en 2016, a propósito de los 30 años de Oktubre.
Con el pase libre y aun antes de dejar la escuela Patricio Rey, Crook trepaba los satélites del rock argentino con notable destreza: desde Riff a Los Encargados, pasando por el Fontova Trío, Los Cadillacs y la última formación de Los Abuelos de la Nada. Todo parecía suceder al mismo tiempo: experimentaba con Los Encargados y era una parte fundamental de los adelantados Mimilocos. Durante 1986, Crook participó de los míticos conciertos de los Redondos en la discoteca de la calle Reconquista para la presentación de Oktubre y dejó registrado –en el mismo escenario– el saxo que acompaña a Pappo y Celeste Carballo para la versión de “Desconfío” inmortalizada en el álbum Paladium 86. Pero será Mimilocos la página menos conocida y más trascendental en cuanto a autodescubrimiento. “En la calle suena una música solo para mí. Hay notas que explican que tu ausencia ya está aquí”, canta Willy en su debut absoluto como cantante para una canción incluida en el casete debut de la banda, una formación de synth-pop avanzado y grupo estrella del sello Catálogo Incierto liderado por Daniel Melero. Todavía hoy “Entre sí” sorprende por el entramado electrónico de guitarras destartaladas, sintetizadores y cajas de ritmo junto a la voz grave de Crook uniendo todas las piezas futuristas.
Una vez más el destino es España porque en Argentina la década del 80 termina antes. Las muertes de Luca Prodan, Miguel Abuelo y Federico Moura en poco menos de un año cargaron de incertidumbre el futuro del rock local. En Madrid, en cambio, Willy renace: toca y graba a un ritmo vertiginoso. Trabaja como DJ en discotecas de moda, acompaña a los Toreros Muertos, apunta su saxo en el primer disco de Pachuco Cadáver y es un actor activo del proyecto más ambicioso en el que haya participado. “Si Patricio Rey fue fundamental en lo espiritual, Lions in Love fue igual en lo artístico para lo que soy ahora. Con ellos aprendí a perderle el miedo a tocar y componer cualquier cosa, a tener una libertad de estilos”, escribió Willy Crook en Memorias improbables.
Lions in Love fue la invención de Daniel Melingo, Stefanie Ringes, Pablo Guadalupe, que solo grabó dos discos pero marcó un hito en materia de osadía artística. En España y más allá también, nadie se animaba a cruzar electrónica con música flamenca. El menjunje no descuidaba la agilidad pop de las canciones o la cadencia reggae, una mezcla valiente de apropiación de géneros y total ausencia de prejuicios. Allí Willy Crook realizó su posgrado en derribar mitos y etiquetas. Sin el álbum homónimo Lions in Love (1991), como el imprescindible Psicofonías (1993), no se entiende Big Bombo Mamma (1994), el debut solista de Crook producido por Melingo, ni el resto de su carrera solista. “Por ahora sigo manoseando honradamente todos los estilos ya existentes”, dijo con su verborragia habitual capaz de invocar a Borges, Nietzsche y Dean Martin, todo en una misma frase.
La segunda estadía española terminó por completar el carácter artístico de Crook. “A Willy lo conocí personalmente en Málaga. Íbamos en la furgoneta de Los Lions con Dany (Melingo) y lo vimos. Estaba tocando en la calle. Yo ya lo conocía de la época de los Redondos pero no había hablado mucho con él. Esa noche tocó con nosotros”, dice Guillermo Piccolini, amigo y cómplice de Crook en proyectos compartidos en la península. Piccolini también formó parte de Los Toreros Muertos y junto a Roberto Pettinato fundó Pachuco Cadáver. “Para él fue un fracaso tocar esa noche porque después la gente no le daba plata como músico callejero porque era un desmérito haber tocado con un gran grupo como Lions in Love”.
De regreso a Buenos Aires vuelve a subirse a los grandes escenarios como invitado de Charly García en el concierto de Ferro de diciembre de 1993 o los recordados recitales de los Redondos en Huracán, en la temporada siguiente. Ya con Big Bombo Mamma en la calle, Crook se convierte en solista e inicia una etapa como actor principal de una idea cuasi cinematográfica llamada Funky Torinos, formación móvil al servicio del buen gusto. “A Willy lo conocimos al mismo tiempo con Patán (Vidal), cuando trabajábamos en el Samovar de Rasputín en la época de la fiebre del blues”, dice el guitarrista Juan Valentino y ubica la escena en el legendario mesón de La Boca famoso por sus noches sazonadas en interminables jam sessions. “Ustedes son dos enfermos mentales. ¿Qué hacen acá tocando?”, les dijo Willy a Valentino y a su compañero pianista. “Se copó mucho y enseguida pegamos buena onda. Zapamos toda la noche. Él vino con su saxo y nos habló de que quería hacer una banda de soul y funk. Y nosotros lo tomamos como cualquier otro que una noche de copas nos dice vamos a hacer tal cosa. Pero Willy estaba muy seguro de lo que quería y enseguida formamos la banda. Empezamos nosotros tres y enseguida se acoplaron Martín Aloé en bajo y Pablito Guadalupe en batería, que luego se volvieron a Europa y entonces entraron Timothy Cid y Jorge Pasquali. Así nacieron los Funky Torinos”.
La jugada maestra de Willy Crook ya estaba en marcha, tocar soul y funk con músicos de jazz intervenía la escena de una manera sutil. “Al elegir un guitarrista de jazz, le dio a la banda ese toque tan distinto que tenía. Sumado al piano de Patán, que es un músico gigante. Fue una idea muy piola que salió íntegramente de él”, explica Valentino. Al frente de los Funky Torinos, Willy empezó a recorrer el país y dejar la marca indeleble de sus minimonólogos entre tema y tema.
El público registró el sello inolvidable de las ocurrencias veloces del crooner con dreadloks. “Como maestro de ceremonias era un genio. Canchero para hablar con el público, tranquilo, muy relajado”, cuenta Valentino sobre la habilidad de su amigo al encontrar la palabra justa para que el público entrara en calor. “Cuando presentaba a los músicos, por ejemplo Patán, decía: ‘En el piano, Patán. El hombre humano’. Y chau, ya se empezaban a reír todos a los gritos. O, si no, decía: ‘El señor Valentino. Pueden aplaudir. Está acostumbrado’. Con esas frases rompía el hielo y daba el pie a un sinfín de frases geniales, divertidas y profundas como cuando le preguntaron a qué le tenía miedo y respondió ‘a cruzar la 9 de Julio enamorado’”, cuenta y suma otro pase de comedia: “Una vez en la radio me preguntan a mí ‘Che, Valentino, ¿es verdad que vos practicaste jazz con una computadora?’ y salta Willy y responde: “Sí, pero era negra’”.
“Éramos una pandilla callejera que siempre andaba rodando por los boliches de Capital y el Gran Buenos Aires. Era la gloria, como un viaje de egresados. Tengo recuerdos inolvidables a pesar de que en esos años no hacía pie de tantas copas”, dice Patán sobre los primeros movimientos de los Funky Torinos, que también podían llenar el Teatro Gran Rex o abrir los shows de deidades como James Brown y David Bowie. Movido por el crecimiento que tuvo la banda, Crook decide volver a tocar en bares o lugares chicos. “No es que Willy tocaba en los discos de la Valentino Jazz Bazar, eran discos suyos, pero tuvo la generosidad de producir dos álbumes y ponerlos a nombre de Juan Miguel Valentino & Patán Vidal, interpretando humildemente algunos standards de jazz, con los Funky Torinos”, explica el pianista.
Al frente de su banda, Willy Crook reveló discos de alto vuelo para las bateas de la mejor música negra realizados fronteras adentro. Sin duda, Eco (1998) permanece como uno de los puntos más altos en un trayecto en solitario que abarcó más de 25 años. No hay que olvidar el disco homónimo de 1997 y trabajos como Fuego amigo (2004) o sus discos de recuperación personal enmarcados en una especie de trilogía X (2016), Lotophagy (2019) y Reworked (2020), que son álbumes poco difundidos más allá de las nominaciones a los premios Gardel y otras contradicciones de la industria.
La misma leyenda negra que acompañó a Roberto Pettinato en Sumo pareció compartir Willy Crook desde los tiempos de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Aunque cuesta creerlo, una parte de la prensa y hasta buena parte del público los acusaban de impericia en el uso del saxofón. Ambos músicos coincidieron en Madrid durante el verano europeo de 1988 y desde entonces se convirtieron en amigos entrañables. A Pettinato nunca lo afectaron las habladurías, pero Crook, en cambio, solía devaluarse como músico, casi como si el atorrante reconociese en público que todo había sido una gran estafa. Para Valentino esa sensación puede explicarse en que los que tocan de oído suelen tener la tendencia a bajarse el precio. “Porque tenemos eso de que no aprendimos a leer música. Somos como analfabetos. Sabemos hablar pero no sabemos escribir. Uno cuando es autodidacta tiene una tendencia de humildad con respecto a esas cosas. Me gustaba mucho más Willy como saxofonista que muchos otros que vienen del mundo del jazz, tenía esa inocencia de no haber estudiado e intelectualizado tanto”. Para combatir carencias vitales, el guitarrista propone que las universidades de música incorporen una Cátedra de Emoción Musical. “Willy tenía eso, podía transmitir esa emoción, a veces con pocas notas. Él era más natural, eso me fascinaba y, por supuesto, al público también”.
Paula Alberti trabajó en los últimos cinco años como agente de prensa de Willy Crook. Llegó a él gracias a Mercedes Covas, que la advirtió de entrada: “No lo presiones de movida, no lo soporta”. Trabajar con Willy fue para Paula un sueño hecho realidad y también una tarea de paciencia y comprensión. “Contestaba con picardía de reo, de pibe criado en la calle, era fácil conectar con él”, dice Paula. El músico venía de un período oscuro, una separación lo dejó mal herido en materia económica y sentimental. “Había que ponerle límites, era capaz de clavarte en una nota importante. Hasta que una tarde hablamos y le expliqué con vehemencia que era fundamental para su carrera que hiciera las entrevistas, que los periodistas y yo estábamos trabajando para él, y desde ese momento hizo todo, diría que no tuvimos mayores inconvenientes”.
En ese trabajo compartido de difusión, Paula experimentó el efecto Crook. “Podía tirarle al periodista veinte títulos por minuto, frases ocurrentes, contar partes de su vida alucinante, era un tipo de inteligencia superior. Willy brillaba. Estoy convencida de que todo eso fue producto de haber conocido el infierno. Hay gente que toca fondo, pero no regresa bien. En cambio, él era sabio, un tipo que pasó por todos los dolores del mundo”.
En noviembre de 2017 apareció la autobiografía, una guía de supervivencia que mejora la biblioteca de los libros de rock por el modo en que el músico revela virtudes y miserias con la misma agilidad olímpica aplicada en reportajes o monólogos escénicos. “Me atraía la idea de escribir un libro algún día, así como la de robar un banco, o tener superpoderes, naturalmente”, escribe Crook en el prólogo de Memorias improbables. El reconocido periodista y escritor Fernando García trabajó en el libro como ghostwriter, aunque en este caso ofició de ordenador de recuerdos e implacable entrevistador. “Me llamó la atención que estaba viviendo de una forma bastante precaria. Una casa tipo pensión colectiva cerca de Once, donde él tenía una pieza. Se notaba que estaba tratando de salir adelante”, dice García. En uno de los primeros encuentros, Willy aclaró que no tenía memoria. “Me pareció un exceso de modestia. Experimenté de forma directa un sentido del humor enorme, un gran sentido del humor que hacía todo muy disfrutable. En la primera entrevista quedó demostrado que recordaba mucho más de lo que creía recordar”.
La trastienda de un libro muy disfrutable incluye almuerzos en el bodegón Miramar del barrio de San Cristóbal y encuentros en la casa de Once. “Willy tenía la idea de hacer una parte del libro que fuera como el que se editó y la otra se iba a llamar ‘Que lo cuenten como quieran’, en donde pretendía que yo reconstruyera con los recuerdos de otros para completar las partes del rompecabezas”, dice García sobre la idea que –por suerte– no prosperó. “Tiene una particularidad que quizá lo hace parecido a Andrés Calamaro. Lo desgrabás y ya queda escrito. Las frases eran de una perfección narrativa que no hacía falta un trabajo de edición. Su voz salía muy natural, eran frases perfectas: ‘Puede ser apócrifo que haya nacido en Gesell pero de todos modos queda muy bien para conquistar psicólogas’. Qué sé yo, para mí esos son los roqueros que te enamoran de chico, no como esos que les tenés que completar la frase porque son mudos o no tienen contexto”.
Memorias improbables arranca con una playlist, cinco canciones que marcaron a Crook. “Le dije que había que dejar claro que él era un amante de la música, más allá de ser un aventurero y un nómade. Le propuse hacer un top five con las músicas que lo marcaron, porque además no es un tipo que se haya formado en una casa con discos, con un hermano mayor, ni con amigos. Se hizo solo. Y esa lista desigual y despareja, en donde aparece un casete de Pat Garrett y Billy the Kid, que para él fue fundamental”, dice el periodista y lanza pregunta: “¿Dónde encontrás a Bob Dylan en la música de Willy?”. La respuesta sigue siendo un misterio, en cambio, es muy revelador la elección de “Have a Cigar” de Pink Floyd. “El saxo de Willy estaba más influenciado por los solos de David Gilmour que por cualquier otro saxofonista”.
En el plano confesional, Willy no esconde nada en su libro memorioso. El capítulo 8 se titula “Loco” y también explica el estado de ánimo que lo condujo directamente a una internación en el Hospital Borda durante el fatídico 2001.
“Mi interés por las sustancias llevó a que, en determinado momento, decidiera hacerme aficionado al crack. Había dejado Lions in Love y España, en parte, para sacudirme de encima la heroína. En Buenos Aires reemplacé aquella adicción por el alcohol. Vino y fernet, después whisky, ocasionalmente merca. Y llegó esta novedad: 43/70, los que están en el humo. El efecto del crack estaba en la ansiedad, la próxima siempre era la mejor dosis”.
Hoy las memorias de Willy Crook son un manual ideal para entender el peregrinar constante del chico que arrancó en Gesell y no paró más.
“Es un nómade de la música, un gitano, un tipo que tocó el saxo de casualidad como podía haber tocado cualquier otra cosa. A mí no me mueven las carreras de 28 discos, 10 DVD, 15 estadios o 70 giras. A mí Tanguito con ‘Natural’ y ‘Amor de primavera’ me completa una carrera perfecta y Willy, con esa parte de ‘La Bestia Pop’, ganó mi corazón porque además lo vi en vivo con los Redondos. Es uno de los mejores intérpretes de música negra, que es un problema para el rock argentino, porque salvo Manal, el soul acá siempre fue despreciado”, señala Fernando García. “Retoma la música soul luego de sus viajes y lo hace con gracia y con esa cosa que te da lo natural, lo tenía incorporado de alguna manera, y ese gusto por ciertas zonas del jazz. No adquirió la música negra del gift shop del MoMA como otros, me parece que a Willy la música negra lo eligió, como ser soporte de James Brown. Tenía swing para vivir, para hablar”.
El mayor orgullo de Willy Crook era su hijo Nilo, hoy a punto de graduarse de marino mercante, y entre los grandes logros de los últimos tiempos de su carrera aparecen bien arriba los nuevos Funky Torinos. Una formación joven integrada por Aimé Cantilo y Johanna Gandolfo (en coros), Juan Cava (batería), Leonel Duck (teclados) y Esteban Freytes (bajo).
“Empecé a tocar en el grupo a fines de 2015, gracias a Esteban Freytes, que sugirió mi nombre cuando Willy se encontraba en tren de renovar la banda”, dice Juan Cava, que vivió durante casi siete años en estado Funky Torinos. El linaje incluye descifrar el groove y mantenerlo encendido y en alto como una llama olímpica. “En materia de ritmo tenía las ideas muy claras: pedía que presidiera el hi hat, escoltado por el tambor y el bombo, este último con presencia sobria”, explica el baterista.
“Se refería al uso de toms casi exclusivamente en clave cómica. Fiel a la tradición baterística funk primera, Willy prefería ritmos presentes, pero sin barroquismos. No era afecto al ride. Esto siempre me planteó un problema, porque es el platillo fundamental con el que me formé tocando jazz y que amo. Como los puercoespines de la fábula que se acercan buscando calor y se alejan por las espinas, supimos encontrar la distancia conveniente para que todos quedáramos contentos”.
Juan recuerda que Crook jamás daba indicaciones excluyentes y siempre dejaba jugar a la banda. “Citaba a su amigo Miguel Abuelo: vaciarse para que ‘el divino entre’, o algo así. Las pruebas de sonido y los shows eran nuestros ensayos, y siempre que zapábamos se adecuaba a lo que ocurría musicalmente con una habilidad inusitada en el rock. Siempre idóneo y creativo, disponible para la felicidad de la improvisación, en ese sentido, actuaba como un jazzero”.
“Y como a pibes tocando una guitarra imaginaria, Villa Gesell y su inaudito inventario de artistas emergentes del oleaje de jipi libertad nos permite imaginar que esto realmente sucedió y que efectivamente estuvimos ahí. Parece ilusión… ¡y lo es!”, dice Willy Crook en el prólogo de Villa Gesell Rock & Roll, el libro del periodista Juan Ignacio Provéndola, que reconstruye la conexión entre la villa veraniega y el rock argentino. “En Gesell se crio y además se crio musicalmente. Ahí escuchó sus primeros discos, aprendió a tocar la guitarra. Ahí fue su instrucción en la música, su kilómetro cero de su incursión en el arte”, dice Provéndola sobre una relación cambiante y con varias etapas de distanciamiento. En una entrevista para La Nación de 2011, el músico reconocía: “Me amigué con el pueblo. Nadie es profeta en su tierra, y en la arena, menos. Allá está mi vieja, sola, y a mí me gusta ir en invierno, cuando el clima está áspero”.
Para el periodista, también oriundo de Gesell, el desarraigo se produjo de un modo bastante natural. “En principio si te vas no mirás atrás, sino hacia adelante, y más cuando sos pendejo. Su padre tenía un parador en la playa y en 2010 no le renovaron la licencia, la situación lo puso muy mal, se murió al poco tiempo. Eso lo afectó mucho a Willy y su valoración sobre Gesell”. Provéndola cree que Crook no pensaba volver a Gesell.
“Había pegado mucha onda con la ciudad de Córdoba”, dice Provéndola. Desde 2004, cuando grabó en el estudio de la Mona Jiménez, y mucho antes, cuando jugaba de local cada vez que tocaba en la provincia. “Empezó a interiorizarse mucho en el género del cuarteto. Hizo amigos, vínculos. Se armó un circuito interesante para tocar. Si tenía un plan de irse, creo que el destino hubiese sido Córdoba, no Gesell. Definitivamente”.
Antes de la pandemia y sus consecuencias dantescas, Willy Crook & Funky Torinos tocaron en la Sala Argentina del CCK para presentar Lotophagy. “Estaba muy emocionado, también asustado. Había que llevar más de 500 personas de una. La tarde que firmó el contrato caminaba exultante por todo el CCK, nos hizo reír tanto”, dice Paula Alberti sobre uno de los mejores conciertos brindados por Crook y su banda. “Para hacerla bien le dije a Edgardo Kevorkian que viniera a sacar nuevas fotos de prensa y filmamos un video inolvidable en esa sala imponente, toda de madera. Willy se lució, con ese costado histriónico tan suyo, era como un actor cómico italiano”. Las entradas gratuitas se agotaron en 14 minutos. “¡No lo podía creer! Trabajó muchísimo. Qué placer leerlo, escucharlo, verlo. El lugar estaba colmado, había gente sentada en las escaleras. Los que estuvimos esa noche vimos la alegría en sus ojos, el futuro”, dice Paula.
Mercedes Covas no viene del mundo del management, es profesora de danzas, y se metió en el baile para ayudar a su amigo. “A partir de 2000 comienza una época que él denomina ‘rústica’. Willy no estaba contento ni de buen humor con el mundo, no estaba como el que conocimos estos últimos años. Estaba mal, triste, frustrado y generaba un poco de violencia. Pensé que era bueno quedarme junto a él y ayudarlo en su trabajo”. Fueron 12 años intensos. “Luego dejé porque ya estaba grande para andar de gira. No me sentía cómoda. Dejé ese trabajo, pero nunca toda la otra parte de leer los contratos, ayudarlo. Lo que más me llamó la atención de Willy desde el primer momento que lo conocí fue su increíble curiosidad por absolutamente todo lo que existiera sobre el planeta y su capacidad para acopiar la información. Fueron los dos rasgos que me volaron la cabeza. Desde los 9 años. Era impactante”.
Willy Crook estaba a punto de viajar a Italia a renovar pasaporte y su ciudadanía. También quería visitar a amigos de toda la vida que estaban viviendo en Europa. “Sus planes eran seguir pegado a esta banda que amó con locura incalculable. De los chicos más buenos y más lindos que Willy ha sabido formar y rodearse”, dice Mercedes. “Nunca fue un hombre que creyera que uno haga planes y la vida se los conceda. Sabía andar por la vida sin planes. Con proyectos, pero sin planes”. La pandemia no lo afectó tanto y según su amiga entrañable los unió un poco más. “Fuimos muy felices en la pandemia. Yo soy una persona que trabajo desde los quince años. Nunca entendí el concepto de vacaciones. Cuando tenía vacaciones me iba a trabajar a la costa. Nunca tuve en mi vida dos meses y medio de vacaciones y fui muy feliz. Cuando le preguntabas cómo la llevaba él respondía: ‘Yo nací para esto: cama, control remoto, la llevó muy bien’”.
En la burbuja de los Funky Torinos, Willy Crook ejercía una especie de docencia silenciosa, sin proponérselo iba dejando pequeñas señales. “Me enseñó lo que nos enseñan los amigos: a reír, modos de hacer, de pensar, de querer, de escuchar. En él, el humor era crónico y la risa disolvía cualquier drama existencial, cualquier solemnidad. Como si me hubiese enseñado a no tomarme tan en serio lo que uno cree ser, y así vivir más liviano e intensamente; diría, una forma de libertad”, dice Juan Cava. En el plano más informal, con la música Crook era más o menos igual. “Respeto e irreverencia para oír lo que pasa, desprejuicio sin perder un filtro de prudencia. Creo que se puede apreciar en su obra. Ni qué decir de su palabrerío indómito. Me enseñó una retórica cotidiana, de creación sin pausa. Como se aburría de todo, iba más rápido, y así innovaba”.
Mercedes Covas no encuentra consuelo. “Fue una relación gloriosa, la cual extraño horrores y la cual no va a volver a suceder. Son esas pocas relaciones que se pueden conseguir con el otro. No teníamos absolutamente nada en común. Ni ideológicamente, ni emotivamente, ni los colores, sí la música. La música era el punto de unión. Éramos una discusión eterna. Lo único que teníamos en común, muy en común, era el amor por el otro, la música y el humor. Nos unió toda la vida el humor”, dice Mercedes y enumera más detalles de su vida secreta junto al Capitán Crook. “Hemos caminado mucho, nuestra debilidad de toda la vida: estar en la calle. Creo que lo que nos unió cuando él era chico y yo joven era que estábamos todo el día en la calle. Y siempre nos encontrábamos. Hemos pateado la calle 40 años juntos. Jamás me permitió ni me dejó del lado del cordón. ¡Ah! ¡Qué persona! ¡Qué tristeza!”.
El día que se conoció la noticia fatal, empezaron a replicarse historias del músico noble, altivo e insumiso. Reapareció su humor elegante y a veces muy corrosivo, y también episodios propios de una película de Pedro Almodóvar. Entre los varios tuits que escribió Carlos Solari quedó evidenciada una verdad final llena de belleza y dolor. “Sin fijarse si el Club de Catadores de Sustancias Poderosas iba detrás de él respaldándolo. Así también creo que su cuerpo bonito no quiso participar de ese futuro de apariencias injustas. Porque él tampoco servía para viejo. Repito... cariño, lndio”.
El track “If You” es una de esas canciones que enamoran de entrada, así sucedió con el hit –junto a “Rock Revenge”– desde el fantástico Big Bombo Mamma. Mientras suena el tema no es tan difícil imaginar escenas del planeta Blaxploitation o una persecución en cámara lenta de Starsky & Hutch. La letra dice “Love is a telephone ringing in an empty room”. El batero de los Funky Torinos completa la secuencia: “Si para que haya amor algo debe faltar, ahora que él se fue y ya no podemos conversar, en mi corazón con más sentido que nunca ese verso empieza a sonar…”.
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