Aspiraciones colectivas y Derechos Humanos.

Aspiraciones colectivas y Derechos Humanos.

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Las dos guerras mundiales, las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, el asesinato serial en términos industriales inaugurado por la criminalidad nazi, todo ello trajo aparejado un momento de gran conmoción en las conciencias colectivas, a punto tal de generar una preocupación puntual por el destino del género humano. Preocupación que inundó el campo de muy diversas disciplinas sociales, desde la filosofía, el psicoanálisis, las ciencias políticas y el derecho.

Fue así que durante la segunda posguerra, acompañando el proceso de descolonización experimentado fundamentalmente en el continente africano, y no obstante la bipolaridad instalada durante la ya clásica "Guerra Fría", se generó un marco capaz de hacer parir una muy importante cantidad de documentos bajo la forma de acuerdos escritos y multilaterales. Pactos, cartas, convenciones y tratados, por medio de los cuales trazar un piso básico en materia de protección y protección de ciertos derechos y garantías fundamentales.

Al firmar esos pactos, cartas, convenciones y tratados, los países se obligan respecto de los restantes Estados miembros de la comunidad internacional a cumplir, puertas adentro, en sus respectivos ámbitos territoriales, los preceptos que emanan de esos compromisos. Se trata de obligaciones que se asumen para ser cumplidas y para traspasar el ámbito de lo meramente declarativo y tornarse operativas.

Solemos hablar de derechos humanos de primera generación para referirnos a aquellos vinculados con los civiles y culturales; de segunda, para aludir a los derechos económicos y sociales, y de tercera, para indicar una categoría relacionada con los intereses comunes de la humanidad, como resulta, por ejemplo, el de un medioambiente sano.

Sin embargo, el mundo y la realidad social serían mucho más alentadores si cada una de estas obligaciones que los Estados han venido asumiendo en el concierto internacional durante los últimos cincuenta años hubiera venido siendo cumplida y efectivizada. Lo cierto es que en muchísimos casos se trata de aspiraciones incumplidas. Es decir, ni más menos que espacios por los cuales seguir bregando para hacer del derecho-aspiración una verdadera conquista social.

De modo que si el programa de los derechos humanos no es cumplido, pues esa sola circunstancia habilita la movilización organizada de los ciudadanos del siglo XXI para lograr que la tinta muerta se haga carne. Que las violencias estructurales y sistémicas sean detectadas, localizadas y sometidas a un minucioso proceso de reflexión. Y que aquellas violencias institucionales derivadas de las omisiones y/o del deficitario funcionamiento de las instituciones del Estado sean revertidas a través de un sostenido protagonismo de la sociedad civil.

Sin embargo, la violencia en muchos casos no resulta sino un factor inherente al funcionamiento del sistema social. De modo que no se trata de un fenómeno ajeno a la dinámica social del cual es necesario prevenirse, sino que, en cambio, forma parte del conjunto de elementos que le imprime identidad a la gran mayoría de los intercambios sociales. Pensemos en la desigualdad vigente en materia de distribución de los ingresos como apenas un ejemplo de lo señalado.

Una nueva celebración del Día Internacional de los Derechos Humanos nos sugiere la conveniencia de abandonar un discurso ingenuo y meramente declarativo de esa categoría de derechos fundamentales y, en cambio, subrayar su carácter operativo. Es decir, su calidad de verdaderas herramientas jurídicas, con su carácter de universalidad e indivisibilidad, orientadas a hacer de este mundo un sitio más justo, abierto e inclusivo.




(*) Juez penal. Catedrático Unesco en Derechos Humanos, Paz y Democracia por la Universidad de Utrecht, Países Bajos.

MARTÍN LOZADA

Asamblea Permanente por los Derechos Humanos

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