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Mario nació con nombre de grande. Y quizás por eso fue quemando etapas bien rápido, como el brasero de su casa cuando le metían con su vieja los cajones de frutas que mangueaban en la verdulería. Crecía de golpe. Si uno no lo veía un par de meses, cuando se lo cruzaba de nuevo su cuerpo había crecido desproporcionadamente al calendario. De su mente y su espíritu, quién sabe. Trascurría rápido el almanaque y en un solo verano pasó de la canchita de fútbol, a ranchar en la esquina con pibes más grandes. Como el tiempo corre distinto para cada uno, sus viejos no se dieron cuenta, y se les filtró como esa gotera detrás de la salamandra, entre los quilombos cotidianos de llegar a fin de mes y tapar las penas que todos llevamos arriba del estómago. Probó por primera vez la cerveza y se pegó el primer pedo durante el mismo campeonato de fútbol de la liga. Fue esa época en la que empezó a gustarle el metal y se calzó la primera tacha. Como un alfarero, Mario moldeaba su identidad y la buscaba entre la música, el barrio y las modas que cambian como el clima. Pasos veloces en busca de “ser alguien”.

Mario intuyó que los caminos que se le presentaban no eran fáciles. Veía cómo algunos conocidos terminaban cachivacheando, aunque eso estuviera mal. Y esto último lo tenía claro. Sentía que su vida no tenía introducción, nudo y desenlace como en un cuento con final feliz. No son crónicas lineales aunque intervengan personajes, se describan escenarios y se desarrollen acontecimientos y hechos. Mientras, las otras crónicas, las de los medios, se ensañan en contar en detalle los “actos vandálicos” de la fecha, pero omiten recordar que detrás del pibe hay una historia que caminó con zapatillas gastadas, se alimentó con preelaborados y tuvo un papá ausente.

Mario se reproduce por diez, por cien, por mil en cada uno de nuestros barrios. Son los adolescentes quienes para ciertos discursos que claman contra “la inseguridad” (como si no tener acceso a vivienda, trabajo o salud no fuera parte del mismo problema) resultan los sospechosos, culpables y causantes de los males sociales, quienes los colocan muy fácilmente en el ámbito de las soluciones fáciles: las rejas y la indiferencia generalizada. El último resorte que salta es el único que se ve en la pantalla.

El primer resorte saltó cuando Mario repitió y parecía que le daba lo mismo seguir en el secundario o dejar todo. Mario oscilaba entre los bordes de varias cuestiones al mismo tiempo. Pero pudo vencer la apatía, sobre todo por la vieja, que se lo pedía todas las noches, y por eso se anotó nuevamente en ese cuarto año que le costó un huevo terminar. Como una tormenta vinieron varias peguntas que golpearon su nuca más de una noche. ¿Cómo hacer para seguir estudiando y empezar a generar un billete? ¿Cómo seguir con los mismos pibes de la ranchada pero no meterse en bardos? ¿Cómo aprender un oficio que sea piola? ¿Cómo empezar a juntar una moneda? Los “cómo y los porqué” siempre fueron las preguntas mas difíciles de responder.

Esos son los interrogantes que se hacen de a montones nuestros pibes. La respuesta depende de ellos, pero también de la existencia de oportunidades concretas a cuestiones básicas tan necesarias como la de tener la oportunidad de elegir.

 

 

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