Colectivo Al Margen
LAS CALLES DE LA NO MEMORIA - CLEMENTE ONELLI
LAS CALLES DE LA NO MEMORIA - CLEMENTE ONELLI
CLEMENTE ONELLI
Llevan su nombre, pueblos, cerros, calles, plazas y ventisqueros de nuestra región. Según palabras de Marcelo T Alvear era “el más criollo de los gringos y el más italiano de los Argentinos”. Cuando se habla de Onelli, se lo presenta como explorador, naturista, etnógrafo. Pero fue mucho más que eso. Nació en Roma y arribó a la Argentina en 1888 con la intención de vender vinos de su patria. También llegó con la esperanza de viajar por la Patagonia, fascinación que ya tenía en su país gracias a sus tempranas lecturas de Julio Verne.
Una vez aquí aprendió a hablar primero tehuelche y araucano, con mayor fluidez que el castellano. Los nativos lo llaman “meliñe” (cuatro ojos), en referencia a sus pequeños y redondos lentes. La experiencia adquirida en estos reiterados viajes, lo inducen a “meter la cuchara” en cuestión de límites. Quizás por ese motivo Francisco Moreno lo llamó a su lado a conformar la comisión de límites. Uno de los episodios más curiosos relacionados con la existencia de dos líneas de aguas divisorias en la Patagonia es el río Fénix. Moreno encargó a Onelli que hiciera “una travesura “, con seis cristianos, once indios, ocho mulas unos picos y unas palas, removió durante más de diez días unos médanos e hizo cambiar la trayectoria del río que dejó de dirigirse al pacífico. Esta maniobra sirvió para demostrar la vulnerabilidad de la tesis de hacer la división limítrofe con Chile por los cursos de aguas, ya que esta, como quedó demostrado podía modificarse fácilmente.
En 1904 lo asignaron director del zoológico de Buenos Aires, cargo donde se desempeña 20 años. Allí empezó a forjarse el personaje conocido por toda la ciudad. Sobre todo cuando él mismo trae caminando una jirafa desde el puerto de Buenos Aires hasta “el zoo”, causando un gran revuelo en las calles y promocionando al “nuevo jardín zoológico”.
En 1922 volvió a la Patagonia a seguir los restos de un dinosaurio vivo, supuestamente visto en la región. Las expediciones marcharon más de 500 kilómetros en espectacular caravana. Volvieron sin novedades del dinosaurio, pero ese recorrido de dos meses sirvió como base para la creación de la primer área protegida del país sustentando la base del sistema de Parques Nacionales.
Hechos como estos, anécdotas y sucesos de este tipo, quedaban sintetizados en una frase en boca de los vecinos; “son cosas de Onelli”, decían.
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Es miércoles, es mediodía y es la calle Onelli y eso significa que hay mucha gente yendo y viniendo, viniendo y yendo. Sentado en uno de los macetones de esta calle veo pasar la vida. Hay gente descansando y hay gente corriendo. Definitivamente hay otro target que en Mitre, la otra indiscutible calle céntrica.
Ha sonado la campana del atraco gastronómico y estamos en el mundo de la minuta y la comida rápida. Esta calle es el lugar donde miles de personas pasan para que el mecanismo de la ciudad funcione y se muevan los engranajes. En este contexto comer en la calle es recargar combustible para seguir quemando. Se sabe que el apuro no es un buen consejero. Ni buen maestro de modales, cabría agregar; aquí se come con las manos. En medio del vértigo de la calle, a pie o manejando, bajo los imperativos del ritmo urbano la sobrevida de un pancho es de dos minutos. El arte culinario callejero es quizás uno de las más efímeras de las artes. Un hombre detrás del carrito y heladeras de tergopol llena de alimentos y bebidas. Una ráfaga de viento helado arrastra por las baldosas las últimas hojas de los árboles que aguantan estoicos el invierno. Media docena de vendedores de ropa con las manos en los bolsillos y la mirada hundida en sus pensamientos. Autorretratos de la vida cotidiana.
Sucursales de compañías telefónicas trasnacionales conviven con zapaterías atendidas por sus dueños, peluquerías de “cinco pesos el corte”, baches impunes en el asfalto, obreros trabajando, y remeras de fútbol falsificadas pero en todos los talles. Diversidad. Un paisano de la línea sur compra ropa. Dos policías en la esquina. Los changas de siempre en las escalinatas a la altura de Brown. Aquí quizás, se encuentre el epicentro de esta calle. Centro administrativo de la ciudad, escuelas, comercios de todos los rubros, oficinas de todo tipo. La bocina de los bomberos empieza a grita un gol y el semáforo se pone en rojo. Los bondis trepan la cuesta que es esta calle en sus 19 cuadras donde muere alla arriba, en el corazón del barrio Arrayanes, en la boca de la barranca, donde se encuentran los habitantes del abismo. A través de su largo, se atraviesan las distintas atmósferas y realidades sociales de una misma ciudad. ¿Esas también serán cosas de Onelli?...
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